Medellín en sus plumíferos

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  Por: José Gabriel Baena  
 
En el año 2006 el poeta ex nadaísta Jaime Jaramillo Escobar publicó una gran antología de los bardos que desde casi tres siglos se han ocupado de la gran aldea de Medellín. Dice Jaramillo que el autor Francisco Ignacio Mejía y Vallejo (Rionegro 1753), fue el responsable de las primeras composiciones poéticas que conserva la crónica, y la selección que hizo no incluyó poetas menores de 36 años porque, según él, no había. Y creo que en los últimos 5 años no ha surgido ninguno. No somos duros: el ensayista Harold Bloom afirma que cada gran nación sólo produce, máximo, un poeta por siglo. Para complacer a los lectores re-sentidos porque en otra columna dije cosas muy “malucas” de nuestra llamada Independencia y del montañerismo paisa, les voy a regalar enseguida, en texto corrido, una selección azarosa de sentidos versos clásicos y libres sobre nuestro Medellín amado, que arranca con Arcesio Escobar en 1850 y llega hasta Rubén Vélez en 2000.
Desde la cima de elevado monte se ve de Medellín el verde llano, sus torrentes, su cielo de verano, sus montañas en forma colosal. Es la llanura un árabe mosaico matizado de mieses y de flores, y de un sol tropical los resplandores bañan de luz el panorama ideal. Eso eres tú, rica tierra, de Colón, flor deliciosa, los perfumes de esa rosa, eso eres tú, Medellín. Por tí entonaré mi canto, por tí pulsaré mi lira, porque mi alma no suspira mecida allá en tu jardín. De aquí miro tus arroyos como lucientes diamantes, como las aguas brillantes que Dios le mandó al Jordán y ese río silencioso que sin detenerse rueda cual blanco fajón de seda tendido en la inmensidad. Y en su plaza rodeada de balcones, se levanta la cúpula de un templo; cuando el sol en su oriente se despierta y sacude en la cumbre sus cabellos, de su torre elevada, cual fantasma, una pálida sombra cae lejos. Es Medellín, que alzando su clámide latina, y el áureo cetro, embriágase con sangre del poniente, y entona un son burlesco y un cántico ferviente mientras le mulle un lecho la sombra y se reclina… Es Medellín –el fuego y el yunque ante la mano, las seculares plantas en limo cotidiano, y los azules ojos clavados en la altura–, que dice al éter vago, con verbo innumerable, sus ímpetus confusos, su sueño, su inefable preñez, y la fatiga de su labor oscura… Hay un lugar –en la montaña, cerca del Boquerón– desde donde el estrépito de la ciudad se oye con una nitidez alucinada. Posiblemente las paredes rocosas lo allegan por un efecto de caracola para devolverlo acrecido. Suena como un trueno, como el trote de muchas pezuñas, una recua de bestias en desbandada. Sentados a diez pasos del pinar, entre hongos, le oímos largamente. Manrique, loma nueva sobre loma vieja, sus calles son terrazas que metieron la montaña al valle y en esa cuestabajo se desliza la miel del trabajo al atardecer, las esquinas al rompe, en fino corte de cincel guardan un pequeño bar, un café con Gardel, D´arienzo y Julio Sosa, detrás de algunas puertas alumbra la Mano Poderosa, Judas Tadeo, la hoja de ruda, la penca sábila y una planta de llantén y más abajo o más arriba el piano fuerte, el tocadiscos que llora el Lamento borincano con el jefe Daniel Santos o “El bigote que canta” y El negrito del batey junto al otro Carlos que es Figueroa y no Gardel, loma nueva sobre loma vieja en una tarde degollada que se exprime del rojo sol de los venados sin arder. Lo bueno de Medellín es que no te obliga a ser poeta. Puedes romper con la hoja en blanco y como si nada. En otras ciudades la sombra de esa hoja coge hábitos de institutriz inglesa: hasta en el baño se hace sentir. Porque soy poeta no puedo hablar mal de Medellín. Oh, las orquídeas. Que hablen mal de Medellín los malos poetas. Oh, las chimeneas. ¿Te has dado cuenta? Si yo no fuera un buen poeta nada me saldría en verso. ¡Oh, la Secretaría de Turismo y Fomento!: NOTA: En 1962 murió el último y verdadero “trovador de la Montaña”, Salvo Ruiz, y estos fueron sus postreros alcances proféticos: “Ya hice mi testamento/ pa dejarle a mi familia/ mis versos, mi viejo tiple,/ la copa y una peinilla; y el mundo pa que lo breguen/ ahora que está tan bueno: lleno de acaparadores, ventajosos y rateros. Y dentro de pocos años, si es que hay buena vigilancia,/ será todo Medellín un centro de tolerancia”.

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