Por uno de esos milagros que a veces ocurren en la tv cultural de la aldea, en abril se presentó en horario repentino durante tres veces la magnífica producción británica The Song of Lunch –La canción del almuerzo-, de Christopher Reid, obra inclasificable entre tv/cine y teatro, con duración de escasos 50 minutos que uno quisiera no terminaran nunca. La obra se presentó inicialmente hace un par de años durante una semana de poesía en la BBC, toda la historia narrada (en voz en fondo) de lo que ha sucedido entre una pareja que después de quince años de separados decide un día almorzar en un restaurante del Soho londinense. The Song of Lunch es un poema narrativo nostálgico –con toques de Robert Graves aquí y allá–, que cuenta el rollo de un editor y escritor fracasado que hace una cita de mediodía para encontrarse “con una antigua llamarada” -su primera amantisa- que quizá todavía lo ilumine, pensará el pobre tipo. Vana esperanza. Quizás un asunto demasiado íntimo y hasta desagradable, impertinente, y porque habla de un mundo ya trivial en lo literario pero que es desconocido para quienes no son de ese ámbito. Pero es seductora y emocionante. Nuestro antiguo escritor, ahora llano corrector de pruebas, sale de su oficina y recorre unas calles del Soho, imaginándose sus fantasmas literarios, centenares de palomas que de pronto se elevan como una multitud de paraguas. Su breve caminata transcurre entre el deseo y la furia por la muerte de la cultura que él conoció, los pequeños locales de bocados exóticos, todo arrasado por mercaderías, tortas aplastadas en las calles, una nueva clase de basura, “lo light”… Pero ahora éste no es más que un hombre que envejece, resentido de sentirse desplazado por la próxima generación, y no es difícil sentir simpatía por él, en particular si tienes suficiente afecto por el pasado, y quieres leer el libro que lo llevó al fracaso. Recordamos, entre la niebla de la primera botella que él ha consumido rápidamente, ella no quiere más que un sorbo, que quizá ella ha dicho que el problema de “tu primer libro fue que tenía “demasiadas mitologías”. Él se enfurece. “¡Pero si se trataba precisamente de Mitologías!” Tres semanas de éxito en las revistas universitarias, luego el olvido crítico… Pero ya nada será más. Otra botella. No. Ella sabe que si la logras embriagar… quizás. No… Ni siquiera una última copita de “grappa”. Un ligero toque de erotismo, cuando ella acaricia por última vez su mano. Quince años han pasado con crueldad. Ella, ya es del Otro. Abrumado por el alcohol y el recuerdo, el poeta va a la terraza. Duerme. Cuando vuelve, ella se ha ido para siempre. Nada más vacío que un restaurante lleno de sillas vacías. Por allí pasaron los espléndidos actores Allan Rickman y Emma Thompson con sus enormes talentos. Como pasó el amor entre los jóvenes amantes literarios con sus ilusiones devoradas por el tiempo. Curiosamente, escribiendo estas líneas, se me introduce por la ventanita del PC la historia de una nueva película francesa. “Un amor de juventud”, que viene a ser… “el eterno retorno de lo mismo”. “Si no me amas, me lanzo al Sena”; el amor loco que recorre los meandros negros de una educación sentimental de hoy, cuyas aguas se funden y concentran acaso el lamento de Heráclito: no podemos entrar dos veces en el mismo río. Lo cual ya es una bendición.
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La canción del almuerzo
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