Velocidad

Tuve un amigo elegante y bravucón. Majestuoso y de fama agresiva, aunque, desde mi punto de vista, amable y tierno. Ese amigo tenía plumas largas y blancas, y unas pocas grises cerca de su pico, en el cual podían observarse una clase de “dientecitos” afilados. A mi amigo, que en sí mismo parecía un eclipse, le temí durante mucho tiempo; pero, un día, terminó por ganarse mi corazón. 

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Cuando llovía, cosa que es muy común en El Carmen de Viboral, mi amigo se echaba a nadar en los charcos que se hacen en esas carreteras maltrechas que tiene el pueblo y que no están ni destapadas ni pavimentadas. Luego de nadar en eso que él creía un hermoso lago, daba un paseo para recibir, en cada una de las casas que tenía cerca, algo de comida. 

Unos días desayunaba, como las gallinas, con maíz; otros, al mejor estilo de los humanos, con una jugosa sandía. Mi amigo era un ganso que vivía, como algunas gallinas, perros y gatos más, en una cuadra tranquila. Uno de esos retacitos de casas donde también juegan niños y caminan personas mayores por la mañana. 

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Un día dejé de ver a mi amigo durante cinco días. Para saber de él me aproximé a su casa, en la cual me encontré al joven que lo cuidaba, y quien, con un halo de tristeza, me dijo:

“Uno de esos carros que se traen el afán de la ciudad pasó muy rápido y me lo mató”. 

En el Oriente antioqueño parecemos estar llenos de “esos carros que se traen el afán de la ciudad”. Cada fin de semana los titulares de los medios locales incluyen accidentes (muchas veces con pérdidas de vidas) en la autopista Medellín – Bogotá o en algunas de las vías que nos comunican entre El Carmen y Rionegro, Rionegro y La Ceja, El Retiro y La Ceja. El número a veces es tan alto que escala a medios regionales en conjuntos de palabras como:

“Fatal fin de semana”. 

Aunque los concesionarios – Devimed entre los que he visto más preocupados – realizan campañas de sensibilización, y algunas alcaldías, como la de Rionegro, han instalado cámaras de fotodetección, las imprudencias siguen teniendo todos los aromas y sabores. Buses volcados llenos de pasajeros, rutas escolares que adelantan en curvas y por la derecha, motociclistas que se suben a las aceras y las ciclorrutas, y camionetas (y digo camionetas porque para algunos no pareciera ser un carro sino una personalidad) que te estrechan y tiran a la berma con tal de pasar rápido. 

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No cuento a los peatones, porque a muchos de ellos les toca ser imprudentes. Se han preguntado por las personas que trabajan, vía al aeropuerto y viven, por ejemplo, en San Antonio, ¿cómo hacen para cruzar todos los días uno de los dos lados de la variante? Cuando en las mañanas los veo tirarse a los carros para pasar, siempre pienso en mi amigo el ganso y en que algún día podrían resultar muertos. 

Elegimos llegar a un pueblo o al campo para llevar una vida más tranquila, para restarle al acelere y para vivir la calma. Sin embargo, este pensamiento parece estar lejos de conectar con nuestro acelerador… ¿cómo hacemos para no traernos ese afán de la ciudad? Un día es un ganso al cual extraño, otro día podría ser un perro, un niño o una persona a la que amamos. 

*[email protected] 

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