La alegría de barrer

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Falta menos de un cuarto de hora para las seis de la mañana y Blanca Irene Cardona está lista para empezar su jornada, como operaria de barrido, en uno de los tres parques de Santa María de los Ángeles, al que ella también llama, con un mohín de ternura, “el parque de los perritos” (nominalmente, el segundo parque de este sector residencial).

A esa hora, ya está ataviada con su limpio overol gris y naranja; vistió con una gruesa bolsa verde la caneca de su carrito, donde también montó escoba, recogedor y rastrillo en el armazón metálico. Sólo faltan el tapabocas para el polvo y los malos olores, amén de los guantes amarillos y gruesos que le ayudarán a darle el ritmo firme que exigen aquellos tres mangos de madera.

Y no se los pone aún, porque no se ha llevado a la boca el primer tinto del día, ese mismo al que le convidan las colaboradoras de una firma constructora cercana. “Así son los vecinos de por aquí, muy queridos conmigo. Me felicitan por como tengo de bonito el parque; son muy agradecidos. Eso, para mí, es lo mejor; como que barro con más ganas”, dice, con brillo en los ojos, esta madre de dos hijos y abuela de Harry, de cinco años, “un chocolatico”.

El servicio de barrido de calles y parques en El Poblado es prestado por 135 operarios; de estos, 98 son mujeres cabeza de hogar.

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Hace 16 años empezó esta labor para Emvarias, a la cual accedió porque, un buen día, con su sonrisa inclaudicable, se acercó a un operario de barrido para preguntarle cómo podría postularse. “Siempre me ha parecido una tarea muy bonita. Me gusta llegar y cambiar un sitio sucio, desordenado, en un espacio amañador: que a la gente le guste estar o pasar”.

En 2018, el servicio de barrido fue tercerizado, a través de la Fundación Universidad de Antioquia. “Vivo muy agradecida con la fundación, se preocupa mucho por el bienestar del trabajador. Apenas empezamos con ellos, me pasaron de barrer en Castilla y el centro, para El Poblado. Si Dios quiere, me jubilo barriendo estas calles y este parque”, afirma Blanca, a sus 53 años.

Luego de media hora para desayunar (a eso de las 10:00 am) y de otras tres horas de barrer, recoger, embolsar y cargar, pasada la 1:30 pm, Blanca se dispone a caminar, sin prisa, con sus botas de faena, hacia la estación Aguacatala. Si todo va bien, en poco más de una hora arribará a su casa, en Santo Domingo, tras subirse a una de las cabinas del Metrocable.“Vivo con mi mamá y con mi hijo menor; llego a seguir barriendo, a hacer destino. No tengo problema, porque vengo con moral de trabajar”. Difícilmente, podría encontrarse algo más parecido a la gratitud cósmica borgesiana, prerrequisito de la felicidad, de la alegría de vivir y servir; como el día anterior, como el día que viene.

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