13 días sin comer ni tomar agua en el desierto

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Daniel Uribe Buitrago regresó a su casa en Medellín donde comparte en silencio y armonía con su familia después de la experiencia más difícil de su vida. Al joven de 22 años le perdieron la pista en Israel 

Los mejores momentos del viaje con sus amigos fueron publicados por Daniel en las cuentas de Instagram @dutrago y @porlasombrita. Fotos cortesía

Por: Daniel Palacio Tamayo

Era el día 13 en el desierto entre Israel y Egipto. El mundo conmocionado por las noticias de la expansión del Califato y del accionar de grupos extremistas religiosos en Medio Oriente. En las redes, el llamado desesperado de Santiago Uribe Buitrago, el hermano de Daniel. ¡Necesito encontrarte!, ¡Necesito encontrarte, sé que no estás bien! decía con la voz de un hombre devastado, pero sostenido por un profundo amor. Su hermano menor, sin decírselo a nadie, caminaba hacia Egipto, huyendo de la vida.

El 19 de noviembre se regó en Medellín la noticia de que Daniel Uribe Buitrago no aparecía. 11 días antes el joven estudiante de Mercadeo en Eafit fue visto por última vez en el aeropuerto de Tel-Aviv donde abordaría un avión de regreso a su casa en El Poblado. Sus padres, quienes lo habían despedido el 24 de diciembre de 2014, lo seguían esperando. El código de comunicación entre hermanos era claro: cada semana hablaban, si pasaba ese lapso sin noticias el uno del otro, algo estaba mal. Y algo pasó, porque Daniel no abordó el avión y siguió peregrino en Israel después de un viaje intenso por más de 25 países recorridos con Santiago Cardona y María del Mar Quiceno, dos amigos de la Universidad quienes con la mochila al hombro, tomaron fotografías y aprendieron sobre nuevas culturas.

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Ese 8 de noviembre inició la incertidumbre. El joven salió corriendo del aeropuerto donde lo habían dejado unos conocidos con quienes pasó los últimos días recuperando fuerzas. El desgaste mental y físico era tan evidente que Santiago, su hermano, lo notó desde el otro lado de la línea en las últimas comunicaciones.

Los compañeros y amigos de Daniel que lo habían acompañado los primeros meses del viaje se regresaron a Medellín. Entre tantas conversaciones, encuentros y rutas Daniel sintió curiosidad por conocer acerca de oportunidades de negocio. Desde Turquía un hombre, de esos encontrados en el camino para buscar oportunidades de ingreso económico, lo empezó a persuadir. Que meditara. Que no leyera más la Biblia. Que leyera el Corán. Que la explicación a su amargura estaba en la relación con su familia. Por eso se aisló de todo. Cada una de estas palabras terminaron por inducirlo a un desprecio profundo por su vida.

El 27 de noviembre Santiago, desesperado por la falta de noticias de su hermano, tomó un vuelo para ir a buscar a Daniel en Jerusalén. Con ayuda de algunos conocidos, pancartas y afiches en tres idiomas intentaban dar con su paradero. Los jóvenes europeos reclutados en las filas de ISIS era una historia que Santiago quería descartar, pero que le martillaba todos los días la cabeza. Aunque las noticias y algunas voces le gritaran ¡terrorista!, el amor que Santiago sentía por su hermano nunca le permitió desconfiar de él, de que estaba en riesgo y que él no llegaría a un grupo extremista religioso por su propia convicción.

Ahora en Medellín, Santiago se convenció que aunque su hermano fuera muy admirado por su madurez, su desempeño académico y arraigo familiar, el peligro de caer en una red como la de los grupos islámicos extremistas, no es exclusivo de jóvenes europeos pobres, sin formación y con familias destruidas. El poder de grupos como ISIS o AlQaeda pasa por cortar las relaciones afectivas, posteriormente ofrecer ayuda y por último obligar el consumo de drogas.

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Para esta altura Daniel no era ni un reflejo de quien había salido de Medellín, llevaba varios meses durmiendo pocas horas, comiendo mal y caminando largas distancias. Después de que su tarjeta de crédito fuera rechazada para ingresar a Egipto se introdujo en terreno hostil, un desierto en el que podía morir de hambre, sed, hipotermia, o lo peor, de un disparo.

¡Ring! ¡Ring! A las 7:00 pm. les llegó un mensaje de texto a los padres de Daniel. ¡Milagro! era su hijo. Se reportaba con unas palabras de perdón y tranquilidad que permitieron ubicarlo en una ciudad al sur de Israel. Cuando era el día 13 en el desierto de Eilat, era el 31 de diciembre en Medellín.

Una punzada en el corazón lo hizo reaccionar ¿Qué te está pasando por la cabeza?, se preguntó Daniel, mientras recorría el camino emprendido. En ese momento hizo un alto y decidió presentarse a la Policía israelí, donde fue aprehendido, llevado a juicio por intentar pasar a Egipto y finalmente contactado con Santiago, su hermano.

Después del consabido abrazo inundado de lágrimas y de palabras que expresaban ese profundo amor entre hermanos, Daniel le dijo a Santiago –Santy, “por fa” dile a mi mamá que no le cuente a mucha gente, ¡qué vergüenza! En el desierto, Daniel había perdido la noción del tiempo, pero en esa experiencia que ahora no duda en calificar como la más bella de la vida, había conseguido, y su familia ratificado, la respuesta a la pregunta con la que el menor de los Buitrago Uribe había salido de su casa ¿Dios si existe?

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