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Triste historia y repetida

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Triste historia y repetida 

 
     
  Ser conscientes de la injusticia es la única arma válida para cambiar el mundo.  

 
 

El incendio en Moravia muestra claramente la necesidad de hacer una revolución social en Medellín. No se trata de discursos floridos llenos de solidaridad vacua y de imágenes hermosas, se trata a las claras de hacer algo concreto, real, que acabe de una vez por todas con la injusta realidad con la que tenemos que convivir.

No se explica cómo la miseria se asienta en nuestra ciudad y menos aún, que esta se tolere hasta el grado de estar nomenclada en la Oficina de Instrumentos Públicos. La pobreza en grados tan extremos cómo los que hemos visto en estos días no conduce a nada distinto sino a la pérdida de la dignidad humana. El traslado de esas cientos de familias que habitan el cerro de Moravia desde hace muchos incendios es una obligación que estamos en mora de hacer cumplir.

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Simultáneamente, como si las desgracias no viajaran solas, estos días estuvieron llenos de noticias sobre la indecente práctica de la prostitución infantil en nuestra ciudad. Tristemente, ambas situaciones, el incendio en Moravia y la prostitución infantil, llevan a una aterradora conclusión, esto ocurre porque los que nos decimos ciudadanos de bien lo hemos permitido y lo toleramos.

Se sabe, y es cierto, que el tráfico de favores sexuales es un comercio cotidiano, y este no se da entre sádicos y delincuentes solamente, sino entre muchos que se proclaman como honorables ciudadanos y que aprovechan la ingenuidad y la pobreza de sus jóvenes víctimas para degradarlas, o simplemente son las hijas de unas de familias que se rompieron al grado de hacer de sus niñas mercancía negociable. De la misma manera hemos tolerado impúdicamente la proliferación de comunidades construidas encima de cerros de miseria y de intolerancia.

Ambas situaciones tienen remedio. Como sociedad estamos obligados a reflexionar sobre la forma como se están formando las nuevas generaciones y en qué condiciones y qué ambiente están viviendo. Preguntarnos cuál debe ser el mínimo decente donde un hombre todavía pueda mantener su condición de hombre y sienta que es respetado. Igualmente preguntarnos, qué hace que un padre de familia venda a sus hijas y peor aún qué hace que alguien sea su cliente y pague por los favores de una niña. La cadena de atrocidades es ancestral y la primera condición para cambiar estas situaciones está en pensar que la realidad que vemos no tiene que ser así y la podemos cambiar.

La ayuda no será suficiente, y cómo diría la abuela de la Cándida Eréndira, no nos alcanzará la vida para pagar esta deuda, pero hay que empezar a hacerlo. La Alcaldía ha iniciado esos pasos a través de los programas de Parques Bibliotecas o del traslado de familias a barrios decentes. Pero esta acción debe ser una decisión de la ciudad. No más. Hay que gritar que estamos cansados de tanta miseria en medio de tanta indiferencia. Por eso el llamado es simplemente a la solidaridad.

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