¡Tienen que follar!

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Si follar fuera obligatorio, nadie follaría. Las personas follan por amor, por placer, por deseo, hasta por curiosidad
/ Esteban Carlos Mejía

¿Se imaginan un mundo en el que follar, hacer el amor o copular fuera obligatorio? Miles de promotores del fornicio, con el apoyo de alcaldías y ministerios, vagabundearían de feria en feria, por parques y avenidas, de peatón a peatón, arengando a la gente: “¡A follar! ¡Ustedes tienen que aparearse más, mucho más! Un pueblo que no folla está condenado a cien años de soledad, por lo menos. Fornicar nos hace mejores. Hay que tirar y tirar y tirar en las maratones de coitos. Porque en promedio, un colombiano apenas se echa entre 1.9 y 2.2 polvos cada año. En España el número de actos sexuales por habitante alcanza 10.3 al año. En Chile es de 5.3 y en Argentina llega a 4.6. En serio, damas y caballeros: ¡hay que coger más!” ¿Conciben (sic) algo así? Si follar fuera obligatorio, nadie follaría. Se los juro. Las personas follan por amor, por placer, por deseo, hasta por curiosidad. Muy pocas lo hacen por obligación, deber o compromiso.

Ahora, cambien follar por leer, polvo por libro, coito por lectura, y verán. Algo aterrador. “¡Ustedes tienen que leer! Hay que leer y leer y leer en las maratones de lectura. En promedio un colombiano apenas lee entre 1.9 y 2.2 libros cada año. ¡Hay que leer más!”. A eso nos quieren llevar o condenar algunos falsos moralistas, burócratas y profesores sin alma. A la lectura forzosa. Pero, gracias a dioses y demonios, leemos como follamos: por cariño, gusto, placidez, fascinación, magia. No estamos obligados a leer. ¿Quién dijo? No me cansaré de repetir mi cantaleta: lean lo que quieran y lean cuando les dé la gana. ¿Leer ficciones por fuerza? Ni en la peor de las distopías.

* Body copy. “Mis hermanos menores empezaron a salir de los otros cuartos. Los más pequeños, tocados por el soplo de la tragedia, rompieron a llorar. Mi madre no les hizo caso, por una vez en la vida ni le prestó atención a su esposo.
-Espérate y me visto –le dijo él.

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Ella estaba ya en la calle. Mi hermano Jaime, que entonces no tenía más de siete años, era el único que estaba vestido para la escuela.
-Acompáñala tú –ordenó mi padre.

Jaime corrió detrás de ella sin saber qué pasaba ni para dónde iban, y se agarró de su mano. “Iba hablando sola”, me dijo Jaime. “Hombres de mala ley, decía en voz muy baja, animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias”. No se daba cuenta ni siquiera de que llevaba al niño de la mano. “Debieron pensar que me había vuelto loca”, me dijo. “Lo único que recuerdo es que se oía a lo lejos un ruido de mucha gente, como si hubiera vuelto a empezar la fiesta de la boca, y que todo el mundo corría en dirección de la plaza”. Apresuró el paso, con la determinación de que era capaz cuando estaba una vida de por medio, hasta que alguien que corría en sentido contrario se compadeció de su desvarío.

-No se moleste, Luisa Santiaga –le gritó al pasar–. Ya lo mataron”.
Gabriel García Márquez. Crónica de una muerte anunciada. 1981.

* * * Vademécum. ¿Distopía? “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. ¿Follar? “Quizá derivado del latín follis ‘fuelle’. Practicar el coito”. ¿Leer? “Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados”. ¿Cantaleta? Ah, esa sí se la saben todos. Y todas, ¿cierto?
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