Santiago Beruete, soñador de jardines

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Habla de jardines y se sumerge en un mundo natural que enriquece el pensamiento. Es capaz de andar los caminos de la cultura como quien hunde las manos en la tierra fresca. Luego de la charla de Santiago Beruete en el Hay Festival, quisimos sembrar nuestro propio jardín y transformar la relación con la naturaleza, con los otros y con nosotros mismos.

“Entre las dos sílabas de la palabra jardín cabe la inmensidad de los sueños humanos”, dijo el investigador español Santiago Beruete en el Hay Festival de Medellín. En su diálogo con Paula Villegas cruzó senderos que nos llevaron por la historia de los jardines. El cuidado de la naturaleza nos hace más humanos, sin duda. Es filósofo, antropólogo y jardinero. En su obra reflexiona sobre las relaciones que existen entre naturaleza y cultura.

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Beruete, quien vive en Ibiza, España, presentó su charla ayudado por una serie de imágenes que, como metáforas visuales, estimularon a los asistentes a acercarse a sus libros y a reflexionar sobre sus análisis certeros, llenos de vida, como es el jardín, ese que está inscrito en la historia de la humanidad. Es autor de poemas, relatos y novelas. Entre sus títulos están Jardinosofía: una historia filosófica de los jardines (2016), Verdolatría: la naturaleza nos enseña a ser humanos (2018), Aprendívoros: el cultivo de la curiosidad (2021) y Un trozo de tierra (2022). 

El jardín se expresa como una metáfora en íntima relación con el bienestar y con el pensamiento que se cultiva y se riega cada día. Enfatizó en que la historia de los jardines empieza con el ser humano. Y si bien se dice que ellos han sido un intento de disciplinar la naturaleza, él considera que tienen un propósito más profundo: disciplinar el propio espíritu, fortalecerlo y pulirlo. No hay nada más hermoso que ver crecer lo que plantamos. 

La jardinería, dijo, puede considerarse como el oficio más antiguo de la humanidad. Recordó expresiones como “paraíso terrenal” o “jardín de las delicias”. A lo largo de los siglos hemos cultivado las plantas, dejándonos cultivar por ellas. La siembra está presente en la historia de nuestra especie. Usando la imagen de una caja, explicó que en la época Medieval el jardín estaba encerrado. Al paso de los siglos, fueron cayendo sus paredes. En el Renacimiento el jardín se abrió al paisaje; en el Barroco, otra de las paredes cayó y surgieron los grandes jardines, como los franceses o los ingleses, que jugaron con la óptica y la geometría, que intentaron conquistar perspectivas interminables. Al caer la última pared, en el Romanticismo, la naturaleza se convirtió en ese gran jardín sin límites. Las barreras visuales desaparecieron, el jardín romántico se funde con el paisaje… Y, ¿qué significa eso? La historia de un jardín contada como una caja que va perdiendo sus paredes remite a las perspectivas mentales del ser humano, a la manera como nuestros horizontes se van ampliando. En la época Medieval era una caja cerrada, en nuestra época es un universo en expansión. 

La jardinería como una escuela 

El jardín es como una metáfora visual de la felicidad, un ícono sagrado, un mito, una manera que ha tenido el ser humano de mirarse en el espejo de la naturaleza. Señaló el autor que esos espacios llenos de verdor, de vida en movimiento, nos permiten hablar de nosotros, de nuestros temores, ambiciones, aspiraciones. “Los jardines son un reflejo de todo eso traducido en tres dimensiones, no son solo una creación material, son una de las creaciones culturales más sofisticadas, una obra de arte vivo”.

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El autor observa los jardines como una creación en la que se reflejan o resuenan los ideales éticos, estéticos, políticos. Materializan nuestras aspiraciones, nuestras ambiciones, nuestros sueños de bienestar y también esa relación ambivalente, contradictoria, que tenemos con la naturaleza. Nos permiten visualizar un concepto que tiene que ver con la buena vida, búsqueda incesante del ser humano. Son hijos de su tiempo. 

La jardinería es como una escuela en la que se aprende de ética, paciencia, confianza; sobre otras formas de compromiso con la sociedad. Su práctica genera beneficios físicos, espirituales y psicológicos. Por eso el escritor piensa en palabras como reposo, serenidad, quietud, esperanza, ingredientes esenciales de una buena vida y forman parte de la historia de esos paraísos de verdor.

La práctica de la jardinería se podría entender como una terapia filosófica, porque el cultivo desarrolla unas cualidades que se identifican con el fin de la vida, que es la búsqueda de la felicidad. También puede tener como fin el cultivo espiritual y de la salud física. Se podría decir que contribuye al florecimiento personal, al florecimiento interior.

Y, como en los sueños humanos, la utopía se respira en todos los jardines. “Ellos encierran el espíritu utópico cuando soñamos un mundo mejor”, como si “ajardináramos” ese deseo, porque es imposible imaginar una buena vida sin el verdor de las plantas.

Santiago Beruete es un soñador de jardines. Ama los occidentales, ama los orientales, más austeros. La filosofía tiene su asiento en los jardines. Sin embargo, mientras en Oriente es patente esa misión contemplativa, meditativa, en Occidente es más oculta. Esa dicotomía siempre le ha fascinado, le recuerda algo antropológico: no hay civilización que no haya construido un jardín. 

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“El jardín es un arte del tiempo”. Las plantas están vivas, todo está en movimiento, es un arte que está más emparentado con la danza y el teatro que con la literatura, y por otro lado es un arte visual, la experiencia del jardín es una experiencia sensorial, pero eminentemente visual. No solo ha sido tema de pinturas, también la fotografía y el cine lo han tenido como una imagen icónica, un arquetipo, un símbolo universal. Incluso, dice Beruete que se podría hablar de un género cinematográfico relacionado con lo vegetal, muchas películas lo tienen como un leitmotiv. Es el jardín como escenario de la trama.

Santiago Beruete contribuye con su investigación, divulgada a través de sus libros y conferencias, a crear una cosmovisión “posantropocéntrica”. En su obra, las plantas dejan de ser criaturas secundarias en la historia y se convierten en protagonistas. Él lo dice, celebrar la relación con el planeta no basada en la rapiña, sino en el cuidado, en el respeto. El mundo vegetal nos rodea. Ese cambio de paradigma, de modelo, cree él, es una nueva puerta hacia una botánica distinta, que nos hablará de otras formas de inteligencia, de otras formas de habitar el planeta, de cooperación con la naturaleza. “Todos los seres vivos, no solo las plantas, también los animales, compartimos este entramado simbiótico, estamos hermanados genéticamente (…)”. Si bien nos hemos alejado de ese diálogo que, quizá, las sociedades ancestrales conocían, aún hay esperanza y ella está en los sembradores, los jardineros, los soñadores de jardines. 

“Somos habitantes de este jardín planetario, surcamos la oscura inmensidad del cosmos”, dice este autor al que recomendamos leer con calma, usando los cinco sentidos, como cuando se recorre un jardín. 

El ser humano como un jardín

“Se cultiva la conciencia como un jardín y este nos ayuda a cultivar el desapego”. 

La tensión entre dominar la naturaleza o fundirse con la naturaleza: dos pulsiones que están en el ser humano.

“La transición hacia un nuevo modelo o sistema de creencias no puede ser únicamente ecológica y ambiental (…). La gran cuestión es cómo queremos vivir y no hay una cuestión más filosófica que esa (…)”. 

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