¿Regalo mis libros?

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Eduardo Mendoza, uno de los novelistas españoles más amenos y traviesos de hoy en día, sólo conserva en la casa aquellos libros que considera imprescindibles en su vida

/ Esteban Carlos Mejía

Dijo un profeta del siglo 19: “La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías”. Irrefutable. Y a la gente le gusta acumularlas. No es sino mirar con cuidado. Abarrotes y bastimentos: líquidos, gaseosos, sólidos. Computadores, televisores, celulares, cámaras, equipos de sonido, neveras, fogones, ollas, peroles. Vitaminas y proteínas, marihuana, éxtasis y cocaína, como en una canción de Calle 13. Caballos de paso fino. Reses de ubres majestuosas. Fincas de tierra fría y haciendas de tierra caliente. Casas en el campo y apartamentos en la ciudad. Carros, motos, bicicletas. Trapos para días de sol, trapos para la lluvia. Vestidos de baño, trajes de gala, corbatas, camisas de seda, zapatos, botas, botines, zapatillas, pantys, tangas, perfumes, relojes, pulseras, collares. De todo. ¿Y los libros?

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En este mundo hay más libros que vacas y toros, los ganaderos me perdonen la osadía. Yo veo libros por todas partes. En estanterías de madera pandeadas por el peso. En tambaleantes montañas alrededor de mi portátil. Libros en sillas y sofás, unos encima de otros, en caos apocalíptico. Libros debajo de las camas, junto a la lavadora, en los baños, al lado de los inodoros. Libros en la cocina, en el garaje, en mansardas, clósets y cuartos útiles. Libros apeñuscados en doble o triple fila, curtidos por el polvo, carcommidos por el comején.

¿Para qué? No sé: yo me dejo esculcar, si es el caso. Eduardo Mendoza, uno de los novelistas españoles más amenos y traviesos de hoy en día, sólo conserva en la casa aquellos libros que considera imprescindibles en su vida. O sea, unos cuantos. Se deshace del resto. Sin remordimientos ni avaricia, sin importarle la inmensidad del arsenal de mercancías. ¿Será buena idea? ¿Le hago caso?

* Día tras día. ¿La efeméride de esta semana? El 22 de abril de 1616, a los 68 años de edad, por culpa de una diabetes, murió en Madrid “El Príncipe de los Ingenios”, don Miguel de Cervantes Saavedra. A él le debemos lo bueno y lo mejor de leer en español. ¿Quién no lo ha oído mentar? ¿Quién no ha mentido en su nombre? El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, con su inolvidable trío de personajes, Alonso Quijano, Rocinante y Sancho Panza, es un insuperable hito literario. Hoy en día, algunos escépticos murmuran a sus espaldas y dicen que ya (casi) nadie lee a Don Quijote. Error. Por experiencia propia yo sé que su lectura atrae constantemente a lectores nuevos y a relectores viejos. La madre de todas las novelas ha sabido vencer al tiempo, siglo tras siglo.

* * Body copy. “Fermina Daza pensaba en él sin quererlo, y cuanto más pensaba en él más rabia le daba, y cuanto más rabia le daba más pensaba en él, hasta que fue algo tan insoportable que le desbordó la razón. Entonces se sentó en el escritorio del marido muerto, y le escribió a Florentino Ariza una carta de tres pliegos irracionales, tan cargados de injurias y de provocaciones infames, que le dejaron el alivio de haber cometido a conciencia el acto más indigno de su larga vida”.

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Gabriel García Márquez. El amor en los tiempos del cólera. 1985.
* * * Vademécum. ¿Hidalgo? “Persona que por linaje pertenecía al estamento inferior de la nobleza.”
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