Por favor, ¡usemos el superfocus!

Estamos viviendo un severo desmoronamiento en nuestra capacidad de concentración y de relacionamiento con el interlocutor “presencial”. ¿Cómo influye esto en nuestra relación con la comida?

En tiempos de estímulos múltiples, permanentes y persistentes, la capacidad humana para concentrarse, deleitarse, comprender y recordar cosas o eventos en detalle se pone a prueba severamente. Vivimos unos estilos de vida llenos de multitareas, proyección y transmisiones en vivo, estamos viviendo por zoom. A mi juicio – y en más de una cena lo vivo en carne propia- esta situación tiene como efecto un severo desmoronamiento en nuestra capacidad de concentración y de relacionamiento con el interlocutor “presencial”.

Al mirar comensales en diversos restaurantes de la ciudad, observo que muchas personas se encuentran atrapadas en una especie de Triángulo de las Bermudas entre Facebook, Whatsapp e Instagram (¡Si! Aún soy de la vieja escuela). Además de revisar constantemente sus teléfonos móviles, reportan bajos niveles de conversación, de interacción corporal, todo parecería que también de satisfacción del momento. Nuestras vidas superpobladas de tentaciones virtuales parecen estar sofocando nuestra capacidad de disfrutar. ¿Acaso no deberíamos recuperar un poco de espacio mental para el regocijo?

Me desconsuela que la labor y esfuerzo de agricultores, pescadores, cocineros, camareros, pase a un segundo plano frente a las pantallas de nuestros teléfonos móviles. En los espacios dedicados a alimentarnos, en restaurantes o en casa, el filtro que deberíamos privilegiar es el de la superconcentración: el superfocus. Aquel que no deforma nada de nuestro ser, sino que más bien permite abrirnos y dedicarnos exclusivamente al disfrute, a la recompensa, al momento presente, a la compañía real.

Finalmente, somos lo que comemos y no nos estamos “parando bolas”. Nuestra identidad pasa entre otros aspectos por la gastronomía. Lo triste, a mi modo de ver, es que como muchos otros aspectos de lo que nos representa, la estamos mercantilizando y, por lo tanto, vulgarizando no solo su ingesta, sino también su exposición ligera en el mundo virtual, en detrimento del mundo real.

Entiendo y no soy ajeno al hecho de que, con la globalización de los gustos y las cocinas, el escenario local está siendo marcado por la invasión de la denominada World food. Esta estrategia dirigida en especial a los jóvenes es, según mi visión, una amenaza de dos vectores representados por la comida rápida y los restaurantes pseudoétnicos. Estos dos aspectos gozan hoy en la ciudad de gran popularidad, especialmente entre las cadenas americanas (o locales americanas wannabe) de hamburguesas, pizza, pollo frito o mexicano y sushi dudoso. Pero, se trata más bien de un melting, mezcla de todo, donde cada cultura culinaria del mundo ofrece lo más simple y lo menos refinado que puede ofrecer, perdiendo su discurso amable y aglutinador, para desplazarse al mundo virtual donde, la verdad: no sabe a nada.

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