Los libros de Juan

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Una librería de “leídos”
Los libros de Juan
“Me satisface encontrar gente que acaricia los libros, que los siente”

Por Saúl Álvarez Lara

“La mayoría de estos libros, sino todos -dice Juan Hincapié y señala las estanterías-, ha viajado en barco, en burro, en avión, entre baúles o maletas; la han regalado, perdido, vendido, incluso robado; ha pasado de mano en mano y sin embargo, aquí está, la han cuidado”. Juan Hincapié es bibliófilo, es decir, dedicado a encontrar libros raros, curiosos, antiguos; en ediciones perseguidas, técnicas, políticas, religiosas; ha investigado sobre ellas y las colecciona. Vive, sueña, piensa y actúa entre y por los libros.

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Imposible estar en “Los libros de Juan”, la librería de “leídos” de Juan Hincapié, en el cruce de Perú con Girardot, y no pensar en La Biblioteca de Babel de Borges: “…no hay, en la basta biblioteca, dos libros idénticos…”. “La biblioteca incluye todas las variaciones que permiten las veintidós letras, la coma, el punto y el espacio”. “Los libros de Juan” puede emparentarse con la Biblioteca de Borges o con un Museo, le han dicho. El escritor y editor argentino Alberto Manguel, quien tiene una biblioteca de más de treinta mil volúmenes, asegura que no los ha leído todos, pero los ha abierto todos. De la misma manera, Juan Hincapié ha abierto todos los que pasan por la Librería, los conoce, sabe cómo y dónde se relacionan entre ellos: “ He logrado no ser un vendedor de libros, he logrado ser librero, asesor, confidente y amigo”, dice.

Habla de libros como de amigos que conoce desde siempre: “… Este es el primer libro editado en Colombia: El Cristo paciente. Salió de la Imprenta Real de don Antonio Espinosa de los Montero en 1787, es la primera obra de importancia impresa en Santa Fe. Posincunables, del siglo 16, tenemos tres en la Librería, son libros compuestos a mano y encuadernados con crin de caballo; son libros perfectos, obras de arte…”. Interrumpe como si hubiera llegado a un punto importante y agrega: “…hay libros que no vendo. Trato de preservar mi relación con el objeto libro en la historia, porque hay libros que no tienen precio. A veces me preguntan cuánto vale un libro. ¿Cuánto valdrá? me pregunto y no encuentro respuesta. Hay libros que por su historia y vida no tienen precio, son parte del patrimonio de la Librería, este lugar donde se le hace honor al libro”.

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Hablar de libros con Juan es también recorrer la historia del país: “Aquí tenemos El índice de la iglesia con los libros prohibidos. Solo un libro colombiano aparece allí, todo el mundo piensa en Vargas Vila, pero no, se trata de De por qué el liberalismo colombiano no es pecado, de Rafael Uribe Uribe, una historia que va desde 1865 hasta 1912, año de su publicación. La Iglesia, por intermedio de Monseñor Carrasquilla lo hizo vetar. Vargas Vila aparece en otro índice de 1910: Novelistas buenos y malos, donde el padre Ladrón de Guevara lo presenta como un novelista ‘no deseable’. En ese índice también está María porque en la novela la joven María prepara un baño de pétalos para Efraín, un acto poco conveniente para la juventud. También tenemos El apóstol desnudo, de Fermín López Giraldo, secretario de Jorge Eliécer Gaitán, publicado en 1936 y recogido inmediatamente por el Partido Liberal, que impide su circulación”. Con orgullo me muestra el Álbum de Cigarrillos Victoria y las caricaturas que Ricardo Rendón dibujó de los personajes del país, una joya…

Pregunto a Juan dónde y cómo encuentra los libros. “Me llaman –responde–, para que evalúe la biblioteca porque la familia no puede o no quiere tenerla más. Una vez me llamaron a ver una biblioteca, no había gran cosa, en el piso encontré un folleto, era la tesis de grado en Derecho de Fernando González, firmada por él. La tesis se titulaba originalmente El derecho a desobedecer pero su director, el doctor Cock Arango, no aceptó el título y Fernando González lo cambió por Una tesis. ¡Así, sorpresivamente, se encuentran joyas!”.

Podemos conversar horas con Juan Hincapié: del Calepino, por ejemplo, el diccionario en latín impreso por Pablus Manucio en Venecia en 1602 con el índice en el canto; de Miguel Strogoff, el libro que le abrió la puerta a la bibliofilia; de El Semanario, de Francisco José de Caldas, que le llegó por herencia con correcciones de puño y letra del sabio; de las dedicatorias, subrayados, cartas de amor y billetes que traen muchos libros como una suerte de biografía; de los recicladores que “mataron” 347 de sus libros para volverlos picadillo y venderlos kiliados, lo más doloroso. “En los últimos quinientos años ha cambiado poco su mecánica, el problema hoy no es que desaparezca el libro, sino los lectores. El libro no desaparecerá y seguramente nos volveremos a encontrar, los libros son un tema infinito…”.

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