La vocación del hombre (4)

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Permanecemos sordos al concierto interno, a la música maravillosa que el crecer de la semilla produce en nuestro interior

/ Elena María Molina

Nacemos con una información infinita. Somos como la semilla de la que germina el árbol, la flor o los frutos. Semilla que en su interior mantiene un diálogo entre lo que es en ese momento y lo que está llamada a devenir. Qué secretos, qué misterios, qué guía y qué olvido la habitan… nos habitan.

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Nacemos ricos en información y, a medida que el tiempo pasa, crecemos en el olvido de ella. Es la educación la que permite expresarla o ahogarla. Esa información se obstruye con facilidad en una realidad parental que no reconoce la inmensidad que les habita. Y la semilla se queda en un estanque de inquietudes no resueltas, o no aclaradas, donde esas aguas emocionales la van devorando. Basta observar el fenómeno en un vaso de agua: cómo se pierde una semilla que se deja ahí un buen tiempo, hasta que la lama y los bichos se la devoran. Así, las emociones devoran nuestra información semilla, lo que no vemos, lo que no aclaramos, no nombramos y no hacemos crecer en nuestro interior.

La educación va más allá del aprendizaje de las buenas maneras y de la escolaridad. La educación es permitirle al niño conocer su riqueza interior y ayudarle a descubrir el camino que lo conduzca a ella.

Permanecemos sordos al concierto interno, a la música maravillosa que el crecer de la semilla produce en nuestro interior. Y sin embargo, a pesar del ruido que ataca nuestros oídos, a cada instante –soy muy optimista– un acontecimiento, una palabra, un encuentro, una reflexión, puede hacer explotar ese germen, esa semilla interior y permitir que un árbol empiece a formarse en nuestra realidad. El milagro es entender la necesidad de las estaciones –¡qué vaina pensar que vivimos en la eterna primavera!–, la importancia de asumir las mutaciones para poder dar frutos.

En la medida en que la semilla crece en nosotros, la nutrición que uno requiere aparece. Y cada tierra y estación tendrá lo que el desarrollo de la misma exige. Mutar, cambiar, abandonar las situaciones tan sabrosas de instalarnos en una realidad. Eso de tener que abandonar zonas de comodidad es, por lo menos, incómodo. En la medida en que el árbol crece, en cada invierno perderá sus hojas y sus raíces se profundizarán más. Los nutrientes serán más ricos, más escasos y el desarrollo del crecimiento más riguroso.

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En estos breves artículos hay simples bosquejos para mostrar que al olvidar el potencial que nos habita, erramos el camino. Pero la maravilla de la vida es que siempre es posible recuperar el camino que venimos a recorrer. La información está inscrita en la carne, sellada en nuestro femenino, que corresponde en nosotros a la noche, a la luna, al inconsciente… y ahí mismo está inscrito el camino de las etapas o estaciones, o mutaciones.

Desde su inicio, la vida de la semilla encuentra barreras, y en cada una que atravesamos hay un nuevo potencial de energía que integramos y nos permite desplegar aún más la maravilla del ser que somos en devenir.
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