¿Estábamos mirando para otro lado?

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A la reunión fueron invitados los 230 capos más importantes del momento. Esto fue en 1981. Los Ochoa citaron a una asamblea gremial en el Hotel Intercontinental de Medellín
/ Héctor Escobar Restrepo
¿Por qué aquí? ¿Por qué nosotros? Me refiero al tema del narcotráfico, un negocio que comenzó a hacerse visible en Medellín por allá a finales de los años sesenta – hace cincuenta años – y que desde entonces ha sido el telón de fondo, cuando no el actor principal, de casi todo lo que ha ocurrido en la ciudad.

¿Qué pasó? No deja de ser paradójico que en la que fuera la capital mundial de la mojigatería -sí, de acuerdo, es una exageración, pero es que estamos en la capital mundial de la rimbombancia-, precisamente se incubara un fenómeno que significaba ir en contravía de todo lo que pensábamos que éramos. ¿O era que no lo éramos?

Gente esforzada, de buenas costumbres – como se decía entonces – , católica hasta la médula, cuyo razón de ser era “levantar la familia”; gente austera y, si se quiere, egoísta e insolidaria porque la plata da mucha lidia y hay que cuidarla; y para la cual la decisión de “salir adelante” – ¡cuántas veces hemos oído esa expresión! – era el combustible del quehacer cotidiano.

Pero se desató La Violencia partidista y a los municipios de Itagüí, Envigado y Bello, y a los barrios periféricos de Medellín, llegaron en menos de diez años, expulsados en su mayoría de pueblos de Antioquia y del viejo Caldas, más de 100.000 personas. La inmigración representó cerca del 20% de la población original de todos aquellos municipios, que era de un poco menos de 470.000 habitantes según el censo de 1951.

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Era gente campesina, jornaleros o pequeños finqueros que huían de la violencia o de la pobreza, porque de esto también se trataba. Medellín y los municipios aledaños fueron el natural lugar de refugio de la persecución sectaria que se daba con particular saña en Occidente, Urabá, Bajo Cauca y Magdalena Medio antioqueños, y en los pueblos de Caldas. Pero también fue el destino de mucha gente que venía a buscar oportunidades de trabajo o de negocio, es decir, gente que venía a rebuscarse la vida.

La persona expulsada se va haciendo a una nueva identidad porque la manera como ahora vive, siente e interpreta el mundo, es diferente. Ha sido arrancada de su tierra y se enfrenta a un mundo desconocido, en donde se juegan otros juegos, con reglas que apenas se comienzan a entender. Su sistema de creencias y valores se ha hecho añicos, y los códigos morales aprendidos y enseñados han sufrido graves fracturas: la iglesia ha respaldado activamente en los púlpitos la persecución al partido liberal, y los campesinos liberales expulsados también son católicos.

Una disgresión. La religión católica era la oficial del Estado y el país estaba consagrado al Corazón de Jesús: Colombia era un país teocrático. La iglesia se sentía amenazada porque el partido liberal históricamente había defendido la separación de la iglesia y el Estado, la libertad de cultos, el matrimonio civil y la educación laica. Sin embargo estos temas eran de las élites, no del pueblo.

Pero es la sociedad entera la que siente el desarraigo, porque se le ha movido el piso. Cuando la iglesia se constituye, de nuevo y en forma abierta, en un actor político, y sus jerarquías legitiman la violencia, vuela en pedazos la esencia del mensaje cristiano y se ahonda el divorcio entre las enseñanzas de Cristo y la forma en que realmente se vive. La religión queda ahora más que nunca reducida a lo externo, a lo ceremonial: bautizos, primeras comuniones, misas, procesiones… No solo el soporte religioso ha quedado resentido. El contrato social que con muchas dificultades se ha venido construyendo en Colombia, queda hecho pedazos ¿En quién confiar?

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Mientras tanto crece una nueva generación. ¿Hay alguien que tenga la sabiduría y la autoridad para señalarle un camino? La sociedad ha sufrido un cambio profundo y la comunicación entre las generaciones se hace muy difícil porque padres e hijos proceden de mundos y tiempos distintos. Hasta no hace mucho los padres aprendían de los abuelos todo lo que hay que saber de la vida. Ahora los padres no saben qué enseñarles a sus hijos porque el mundo ha cambiado y ellos también están perdidos. Los mayores oyen las canciones del desarraigo y la añoranza, lejana tierra mía. Los hijos están en otra cosa, buscan su lugar en el mundo.

Algunos encontraron el norte. Finalizada la segunda guerra Estados Unidos emerge como la potencia indiscutida en el mundo, y la noticia de que hay posibilidades de trabajo llega a Medellín. A finales de los cincuenta y en los sesenta se da la primera ola migratoria, en su mayoría de jóvenes sin calificación laboral alguna, que llegan especialmente a Nueva York y se desempeñan en oficios menores: les va bien. Con los años se pueden dar el gusto de venir a visitar a su gente y traen historias de un mundo fabuloso, que ofrece cosas jamás vistas en una tierra que está lejos de todas partes. Llegan con regalos y fotos. Y dólares para los aguardientes con los amigos: tranquilos, yo invito.

La guerra fría está que arde. La crisis de los misiles en Cuba tuvo a la humanidad al borde del abismo y los Estados Unidos están hundidos en los pantanos vietnamitas. La juventud sale a las calles a pedir paz y amor… El festival de Woodstock reúne más de 400,000 muchachos que pasan tres días oyendo rock y fumando marihuana. La heroína y el LSD también son protagonistas del festival, porque las drogas duras están entrando ya con fuerza en el escenario. Y no solo entre los hippies.

Te propongo un negocio. Conseguimos la pasta en Bolivia y Perú, la procesamos y la despachamos desde acá. No tienen que ser pacas. Hermano, con lo que deja un kilo de cocaína alcanza para un Ford Mustang. Ya te imaginás. Allá están aquellos, ya les hablé, y se van a encargar de la venta en la calle. Todo está cuadrado…

Ahí comenzó el futuro.
¿Que cómo fue creciendo el negocio? Baste decir que los hermanos Ochoa citaron a una asamblea gremial – porque dada su magnitud de eso se trataba – en el Hotel Intercontinental de Medellín, para definir la forma en que se defenderían del secuestro: ya algunos grupos querían su plata. El M-19 había secuestrado a Martha Nieves Ochoa y era indispensable mandar un mensaje contundente. Fue creado el grupo paramilitar MAS – Muerte a Secuestradores – y Martha Nieves fue liberada a las pocas semanas A la reunión fueron invitados los 230 capos más importantes del momento. Esto fue en 1981. (Especiales Revista Semana Los Carteles de la Coca. 1987/03/16)

A la época de esta reunión el Presidente de Colombia era Julio César Turbay Ayala. ¿Y qué había en Medellín?… Al parecer estábamos mirando para otro lado.

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