¿Esta Alcaldía podrá con el espacio público?

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Cuando pobreza e inequidad, mafias y empresas poderosas se expresan, a su manera, en aceras, antejardines y parques, y los hacen suyos en detrimento de lo colectivo, la gestión de la Alcaldía tiene que ser más eficaz
La pregunta viene al caso porque el espacio público les pudo a las administraciones anteriores. Lo público es lo que está destinado a la satisfacción de necesidades colectivas, no a intereses individuales, y eso no es lo que reportamos cuando vemos ventas, exhibiciones, construcciones y parqueo en El Poblado y en la ciudad.

A la Subsecretaria de Espacio Público le corresponde regular, controlar y proteger andenes, antejardines, parques, plazas, para garantizar que los ciudadanos tengan un disfrute común. ¿Lo garantiza cuando al paso de un peatón se le atraviesan las motos de los mensajeros de una pizzería? ¿Ejerce protección cuando el sitio de quienes van a pie es un puesto de comidas? ¿Tiene efecto su regulación cuando el antejardín es depósito de materiales para la construcción? Las respuestas usualmente serán un no.

El espacio público les pudo a las autoridades, mientras el ciudadano se distribuye el rol: el de víctima, porque carros, ventas u obras se instalaron en su lugar; y el rol de invasor: vehículos, mercancías, arena y varillas.

La Constitución consagra como deber del Estado velar por la integridad del espacio público y su destinación al uso común. Entonces una aplicación rigurosa de la norma acabaría con el ejercicio de los intereses individuales en sitios cuyo espíritu es solo colectivo.

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Sin embargo, la vida va más allá de blancos y negros y ni se diga en Medellín. Detrás de una venta callejera está el sustento de familias que no lograron, o no las dejaron, establecerse en el mercado laboral formal y que necesitan comer; están mafias que cobran vacunas para dejar trabajar en el espacio público; está el contrabando; están empresas que tienen sucursales por toda la ciudad y bajo la modalidad de precios bajos se libran de cumplir con sus obligaciones en el espacio público; está la informalidad de la construcción, que rompe las reglas de cargue, descargue y depósito; y los recicladores; y los que disfrazan la venta de sicoactivos.

El reto de la nueva Alcaldía, que ya no es tan nueva, y que es tiempo de que haga suyos los problemas que heredó, tiene que ir más allá de la simpleza del blanco (otorgar permisos para el espacio público) y del negro (levantar a todo el mundo).

Cuando hay pobreza e inequidad, mafias, empresas poderosas y todo ese fenómeno de Medellín, la gestión de la Alcaldía tiene que ser de nivel superior en eficacia.

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