El fino oído de la cineasta

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Con solo 22 años, Mercedes Gaviria Jaramillo, hija de Víctor Gaviria, empieza a abrirse camino en el cine colombiano

Desde el primer encuentro, es fácil saber que Mercedes Gaviria es pura sensibilidad. La hija del cineasta antioqueño Víctor Gaviria es curiosa, de maneras tranquilas y agradable conversación y, al igual que su padre, decantó en dedicar su vida al séptimo arte.

“Quería quedarme todos los días”
Aunque asegura que al principio “no entendía qué hacía mi papá”, el primer encuentro de Mercedes con el cine fue directo y obvio. Su infancia la pasó entre las preproducciones y rodajes de las películas de su padre, y desde ahí obtuvo una perspectiva privilegiada del quehacer artístico de un director.

Sin embargo, fue durante el rodaje de la película Sumas y restas, en el año 2004, cuando se involucró más profundamente en el ambiente del cine.

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“Empecé a visitar el rodaje, y le decía a mi mamá que me llevara después del colegio”. Tenía doce años, y afrontó la experiencia de hacer una película como un juego. “Me interesaba, quería quedarme todos los días. Me encantaba estar con toda esta gente. Me parecía genial que fuera un grupo, todos amigos. Esa convocatoria para que la película se filmara, donde todo el mundo tenía su rol”.

Dice que en ese momento empezó a pensar que cuando fuera grande quería ser así. Y comenta que aunque nació como un pensamiento infantil, la idea fue evolucionando y se le metió en la cabeza estudiar Cine.

Fotos cortesía

“Odiaba hacer cine”

Sin embargo, el acontecimiento natural de crecer, y todo lo que eso implica, hizo que en su momento, se confrontara y replanteara su vida. “Cuando fui pensando realmente qué quería hacer, y sucedió todo lo de la adolescencia y ese amor–odio por mi papá, ya no quería hacer nada relacionado con el cine. Cuando tenía 16 años odiaba hacer cine y me parecía algo vago, que era como un juego, una pérdida de plata. Me parecía un hobbie que alguien había dicho que era un trabajo, pero no.

“Empecé a pensarme desde ese lado. ‘¿Qué tal si no tengo nada que ver con el cine y me pongo a estudiar Sicología?’”. Así que comenzó en la UPB, pero pronto supo que estaba en el lugar equivocado. “Me sentía actuando una cosa que yo no era. Yo no quería estar ahí y lo supe desde el primer día”. Y el deseo de hacer cine regresó.

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El otro cine

“Me fui para Buenos Aires en 2010 por el capricho de irme de Medellín”, recuerda. Comenzó a estudiar en la Universidad del Cine y un nuevo mundo y otra visión de este arte se abrieron para ella. “Me encontré con compañeros que me enseñaron mucho, me mostraron el cine académico y a pensar desde los grandes autores”.

Alejarse del entorno inicial le permitió relacionarse con su padre como un par e intercambiar experiencias y conocimiento. “Cuando empecé a estudiar Cine, me empezó a tratar como una colega”, comenta. “Cuando fui evolucionando en mi carrera hablábamos dos veces por semana. Yo le volvía a contar mis clases de cine por skype y ahí fui desvinculándome de él como mi papá y nos volvimos un poco colegas. Los dos sabíamos que compartíamos algo especial que la gente no tenía. Había algo muy misterioso de compartir el mismo disfrute y pasión por algo”.

La directora – sonidista

Llegar a la universidad, propició que Mercedes cultivara su sensibilidad, comenzara una búsqueda personal por consolidar un lenguaje propio y un rol dentro del proceso cinematográfico. Después de experimentar en varios frentes e ir puliendo su criterio como futura directora, descubrió que podía hacer sonido. “Era un rubro silencioso al que le era permitido su grado de creación. Eso a mí me gustaba. No me gustaba que me dirigieran”.

Luego, después de trabajar en varios proyectos como sonidista, vio que había la posibilidad de ser una directora-sonidista, lo que le abría las puertas a buscar otros mundos que solo como directora no hubiera podido encontrar. “Nunca nadie va al cine a escuchar una película, pero si suena bien te va a generar un montón de cosas. Ahí empezó mi camino”.

Un estilo reflexivo y femenino, donde también se filtra la influencia de Marcela, su mamá, es el que se esboza en sus primeros cortos. El realce de la experiencia auditiva y un planteamiento visual prolijo y depurado, dejan ver su talento y hacen pensar que Mercedes, más que una promesa, es una realidad del nuevo cine colombiano.

Pese a que no ha terminado su carrera, ha dirigido tres cortometrajes. El primero fue Castillo de arena, en 2012, al año siguiente realizó Polvo de barro y se encuentra en la posproducción de su tercer cortometraje, Silencio antes. Por estos días realiza en Medellín el que hasta el momento es, sin duda, el más comprometedor de sus trabajos: es la asistente de dirección en La mujer del animal, la próxima película de Víctor Gaviria.

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