Dónde están los pajaritos

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Recuerdo los viajes en carro a la costa cuando era un niño. No sé por qué siempre viene a mi mente aquel momento, en el que el calor comenzaba a envolvernos al llegar a Tarazá, tras la tortuosa subida a Ventanas. El ánimo de los paseantes cambiaba, y empezaba un rumor festivo en el interior del vehículo. Es en este recuerdo donde empiezan a sonar en mi cabeza las notas alegres de porros y cumbias, asociadas a ese momento.

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Hay una canción en particular que me viene de inmediato a la mente, aquella de Noel Petro que dice:

“Dónde están los pajaritos, en aquel árbol están

Todos ellos se volaron con el tiempo volverán”.

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Y aunque hace tiempo no hago este recorrido por carretera, hoy en día esa canción se repite nuevamente en mi memoria cuando pienso en la búsqueda de talento para las empresas, uno de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos hoy: atraer personas, sobre todo, con verdaderas ganas de trabajar.

Experimentamos un péndulo del empleo, donde el crecimiento laboral no coincide con la existencia de trabajo. Se dice que la gente no quiere trabajar, que las nuevas generaciones no encuentran atractivas a las empresas, que se van por unos cuantos pesos más, que lo único que les interesa es lo digital, que solo quieren más flexibilidad, y que, si no es un modelo híbrido de presencialidad, no funciona. Y así, nos movemos de un lado para otro, culpándonos mutuamente por la falta de crecimiento en el empleo y eso que aquí me refiero solamente al panorama desde la relación laboral, para no incluir los efectos del berenjenal de nuestra economía y a quién se le echa la culpa.

Para evitar caer en la polarización, término de moda bastante desgastado, debemos mejor hablar de las polaridades, que no están en extremos opuestos, si no que se atraen, en este caso, las personas y las empresas, las que, al fin y al cabo, están compuestas por individuos.

Nos encontramos en un momento trascendental, podríamos llamarlo un cambio de era, donde aquellos que fuimos educados bajo la influencia de nuestros padres y abuelos que nos inculcaron la importancia del trabajo casi como una religión y como la única vía de salvación, nos vemos confrontados por una nueva generación que ven el trabajo de manera diferente, como una vocación, una pasión y una oportunidad de crecimiento personal.

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Es crucial reconciliar estos dos mundos, y es necesario que ambas partes se comprometan a aportar en este proceso. Por un lado, las empresas deben mirar hacia adentro, revisar cuál es su propósito, qué promueve su cultura organizacional y cómo es su relación con el entorno y revisar a luz del mundo de hoy los requisitos de formación para la contratación.

Lo que estamos viendo es, que temas que anteriormente no eran relevantes para los empleados o candidatos, ahora son determinantes en su toma de decisiones y el antiguo juego unilateral, donde el futuro del empleado estaba determinado por su futuro jefe o por el departamento de recursos humanos, está llegando a su fin.

Hoy en día, la formación para el empleo ofrece muchas más oportunidades de las que imaginamos. Existen becas, subsidios, cursos cortos, técnicos, tecnológicos, y una larga lista de opciones según las preferencias y necesidades de cada persona. Las universidades, las cajas de compensación y otros proveedores de servicios educativos tienen el desafío de comunicar estas oportunidades, pero, además de que las empresas sepan aprovechar estos talentos, también es necesario que la curiosidad, el deseo y la determinación impulsen a los jóvenes a valorar las oportunidades, que, aunque el mundo digital parezca ocupar un lugar destacado, no es el único espacio de desarrollo. El esfuerzo, no el sufrimiento, debe ser el motor de este proceso.

La confianza tiene que ser nuevamente un factor fundamental en este mundo laboral. Tanto las empresas como los jóvenes deben creer en el otro, acercarse mutuamente, reenamorarse, transformarse y confiar en el aporte social de las empresas y sus empleados en este momento histórico para que la esperanza sea la luz que ilumine nuestro camino. Quizás en algún momento ya no necesitemos cantar la canción “Juan Onofre”, porque este es el tiempo en que los “pajaritos volverán”.

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