Del tengo sed a la Tierra Prometida (I)

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La tierra es sólida, compacta. Como sobre ella nos movemos, nos sumergimos, establecemos con ella un lazo privilegiado. Ella es lo tangible, lo palpable, lo mesurable, lo que puede definirse

/ Elena María Molina

Tan real, tan fuerte, tan resistente, tan inamovible, la Tierra. La que nos soporta y permite echar raíces, profundizarnos, la que nos beneficia tanto y al mismo tiempo, la tierra que tantas veces es un impedimento.

La tierra hay que moverla, nos resiste, y por eso invita al hombre a trabajar, a manifestar sus fuerzas, como si ella misma con su resistencia al cambio fuera una provocación. Ella esta ahí para revelarnos nuestras fuerzas, dice Bachelard, que por supuesto inspira a hablar de ella.
La tierra nos genera desafíos, sueños, ensueños, arrebatos. Permite que el hombre exprese su fuerza y produzca grandes obras.

La tierra es sólida, compacta. Como sobre ella nos movemos, nos sumergimos, establecemos con ella un lazo privilegiado. Ella es lo tangible, lo palpable, lo mesurable, lo que puede definirse.

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Es el elemento que por si solo menos se transforma, lo que cambia en ella es el volumen. Es el más pesado de los cuatro elementos.

Sugiere estabilidad y firmeza. Sin ella imposible construir, fundamentar. En su esencia es femenina, es pasiva, en su utilización es masculina, activa.

Ella estructura nuestro cuerpo físico y nos conecta. Es el elemento que más requiere del trabajo del hombre, necesita ser movido. Ella con su pasividad nos instruye, e invita al ejercicio de la voluntad, es decir a trabajarla.

Y como me remito al mito judío voy a hacer un bosquejo frente al tema:

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Somos hechos de polvo. Tierra. Adamah. Polvo con esencia divina. Y desde ese momento, séptimo día de la creación, iniciamos un camino que nos invita a devenir uno. A tomar el camino del regreso de la multiplicidad del polvo a la recuperación de la unidad.

Se nos da forma a partir del polvo. El soplo en las narices, nos convierte en almas vivientes. Somos puestos en el jardín del Goce, en el jardín del Edén, para construirnos, nombrarnos. Y luego el que es hace germinar la fecundidad: árboles, semillas, flores, es decir todas nuestras gracias externas y dones interiores, que nos van a dar la fuerza necesaria para hacer el camino de regreso a la unidad.

¡Polvo! Tierra con vocación divina, permite que el hombre en lo múltiple encuentre el camino a la unidad primera.

Hombre con vocación de unidad, con vocación de ser uno. Hombre que para atravesar este paso sobre este planeta maravilloso que nos entregaron para cuidar, se acuerde siempre que polvo -con esencia divina es- y que hacia el polvo siempre debe volver, mirar, retornar.
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