Cuando ganar es perderlo (casi) todo

La izquierda es insuperable para inventar y divulgar lemas y consignas de lucha. Ningún otro partido, ninguna otra visión del mundo, podrá jamás acercarse a su infinita capacidad de inventar “narrativas” y de vivir por ellas, con ellas y en ellas. Tal como si fueran reales.

Su mundo es el de la teoría: bien claro tienen que la derecha es culpable de todos los males que aquejan al país y al mundo. Dan por seguro que no se puede confiar en “ellos”, porque siempre han explotado al pueblo y seguirán haciéndolo a no ser que se lo impida esta izquierda pura, impoluta y altruista, la única que piensa en el pueblo.

Su mundo no es el de la práctica: si las cosas están mal, es porque las élites así lo decidieron. “Saben” que, si esas élites no hubieran sido tan egoístas, el país estaría desarrollado, no habría desigualdad y la pobreza se habría acabado hace décadas.

Aseguran que este es un mundo fácil de definir, binario, en el que únicamente existen buenos (ellos) y malos (los demás). Imaginan que solo hay que desear las cosas para que ocurran, que no existen factores externos (pequeñas cosas como geografía, tamaño de mercado, cultura, planificación, estabilidad, visión, competencia, alianzas, sistema político, y hasta suerte) que les hayan permitido a otros países tener mejores condiciones que Colombia.

La izquierda es muy limitada para conocer el valor o el costo de las cosas, no entienden de restricciones, aseguran que solo hay que “extirpar” del poder a esas odiadas élites y las cosas mejorarán para el pueblo, casi de manera natural e inevitable.

Todo muy bien, todo perfecto en la teoría… hasta que tienen la pésima fortuna de ganar unas elecciones y asumir el mando. Y lo que en sus mentes y en sus discursos parecía un juego ganador -un póker de ases- resulta ser, si mucho, un pobre y desteñido par de jotas.

Ya es obvio que muchos de los votantes no-fanáticos de Petro a nivel nacional, y de Quintero en el plano local, que honestamente habían creído en su retórica pegajosa, día a día se están dando cuenta de que estos (des)gobiernos son los más pobres y desorientados de los que se tenga memoria reciente.

Ya la carreta retórica empieza a sonar hueca al compararse con la terca realidad. Los que prometían acabar con la corrupción son aún más corruptos; los que despreciaban en voz alta a los gobiernos anteriores por no jugar como Messi, no calificarían ni para el equipo B de un colegio.
De modo que la mejor manera de derrotar a la izquierda es que llegue al poder. Para que demuestren de manera contundente que no tienen la menor idea sobre cómo saltar de los lemas a las soluciones de verdad.

El pueblo, al que creen defender, como siempre será el primer y principal perdedor. Solo que, después de subir tanto la ilusión, el golpe será mucho más fuerte.

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