Constructor de clavicémbalos

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Constructor de clavicémbalos
Un instrumento hermoso que mezcla la delicadeza del arpa con la elegancia y carisma del piano

Esta semana Mario Donadío terminó uno de los instrumentos a los que le ha dedicado la mayor parte de su historia. Pesa 85 kilos, tiene doble teclado en ébano y marfil que puede acoplar o dar sonoridad de laúd, un diseño floral al interior y laminilla de oro sobre la madera pintada color caoba. Siente algo de tristeza por tener que entregarlo al comprador pues son 6 ó 8 meses de trabajo de carpintería y mecanismo musical lo que se demora para dar vida a un solo clavecín; es imposible evitar el apego y disimular el orgullo sobre la obra realizada. El apego es probablemente una de las razones por la cuales Donadío tiene 4 clavicémbalos en su casa “uno verde, uno azul oscuro, otro vinotinto y uno color madera” cuenta Marta Arango, esposa del artista quien le ayuda en todas sus creaciones. Otra razón para tener 4 de estos en su casa es poder tocar a doble clavecín con Teresita Gómez.
El taller en Manila lleva 4 años abierto pero podría cerrarse el próximo año para un viaje a Canadá. Aprender más, mejorar y estudiar música es una pasión inseparable del oficio de construir claves. También hay que buscar “un medio donde haya más necesidad e interés por esto” dice Donadío algo decepcionado del poco consumo de Medellín en materia musical. El clavecín es para “una clientela muy selecta que le guste la música de 1750 para atrás y la música para teclado particularmente”. Pero no cualquier amante de esta música puede darse el lujo de tener un Donadío en casa.
El clavecín menos costoso puede ser de 12 millones de pesos y el más costoso que ha vendido es de 70 millones en Estados Unidos. La variable está en el gusto del comprador; tamaño, decoración o distintas especificaciones, no obstante es un gasto considerable. Inversión dicen ellos, “si uno se dedica a la música, ahí encuentra el placer.”

¿Cómo lo hace?
El proceso empieza en tablas, cortar las piezas, elaborar las partes de madera; el mueble, la tapa, el estante. Después ensamblar todo el aparato y pintarlo, la parte exterior lleva muchas capas de pintura pulidas a mano. Mientras se pinta, hay que elaborar las teclas; un extenso trabajo que requiere alta precisión. Sigue la pintura decorativa y luego el mecanismo interior con muchas piezas en madera llamadas salteadores que son tres juegos de 62 ó sea 186 con sus respectivas cuerdas. El salteador, que es el cuerpo, tiene lengüeta, resorte, eje, apagador y la uña de plástico que solía ser hecha con pluma de ganso o cuervo. Esas 186 cuerdas hay que ponerlas y ajustarlas a cada tecla para que pueda sonar. Solo queda tocar el instrumento e ir afinándolo. “Suena tan fácil” dice con cansancio Mario Donadío después del breve recorrido de tan larga creación.

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Mario Donadío
Estudió música cuando era adolescente en Medellín, principalmente piano en clases particulares con Consuelo Mejía. Graduado con honores en tecnología de piano en el North Bennet Street Industrial School de Boston, se vinculó a la compañía fabricadora de clavecines, Hubbard Harpsichords en la misma ciudad, primero como aprendiz y luego como profesional. Regresó a Medellín en el 94 para montar su taller haciendo instrumentos y arreglando pianos. En el 98 se fue para Italia a la fábrica de pianos Fazioli en Sacile, sintiendo la necesidad de obtener más experiencia y un año más tarde regresó a Boston para seguir con Hubbard. Desde hace 4 años está nuevamente en Medellín con su propio taller en el que construye clavicémbalos con Marta y comercializan pianos para Wendl and Lung.

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