Campanazo

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El del lunes pasado, un caos que alguna enseñanza tendrá que dejar

Los sucesos ocurridos el lunes 1 de octubre en el Centro no tienen punto de comparación con ninguna otra revuelta de la que se tenga memoria en la ciudad. Son, francamente, graves. El desgobierno que se percibió durante algunas horas, y que los vándalos, saqueadores y delincuentes aprovecharon en forma nunca vista en Medellín, dejó al descubierto de nuevo varios hilos y aristas que vale la pena analizar para que la historia no se repita. Ni la Alcaldía, ni el Concejo, ni la ciudadanía deben mirar estos saqueos y acciones vandálicas como una anécdota más, como un caso fortuito, no solo porque no lo son, sino para que sirvan de espejo, de campanazo de alerta para evitar hechos similares en el futuro, tanto en el mismo Centro como en otros sectores, entre ellos El Poblado. No olvidemos que este toma cada vez más fuerza como centro turístico, financiero y comercial de la ciudad, lo que tiene grandes implicaciones.
Es indudable que hay un problema social de desempleo, subempleo y empleo informal que aumenta a la par con la población, y que es deber del Estado ofrecer condiciones para que los ciudadanos ejerzan su derecho constitucional a un trabajo digno, en este caso para quienes viven de las ventas informales (obviamente, no en detrimento del derecho de todos a disfrutar del espacio público). Las injusticias y desigualdades sociales, además de inhumanas, son caldo de cultivo para conflictos mayores, como nos lo ha demostrado sin tregua la historia. Los problemas no desaparecen escondiéndolos o tapándolos con las manos mediante traumáticos desalojos y operativos de las oficinas de Espacio Público. Estos son paños de agua tibia que no resuelven la situación de fondo. La ciudad ha hecho esfuerzos en administraciones anteriores por reubicar y formalizar a los vendedores callejeros, tanto de pescado, como de frutas, ropa y cachivaches en lugares como el Bazar de los Puentes, el Centro del Pescado y la Cosecha, y otros centros comerciales populares en el Centro. Pero muchas de estas inversiones se quedan a la mitad del camino y no han sido una opción real de vida digna para los supuestos beneficiarios.
Tampoco es un secreto que detrás de buena parte de las ventas informales del Centro de Medellín hay organizaciones de comercio, ilegales y legales, que bajo el pretexto de dar empleo aumentan sus arcas, explotan a muchos y desordenan la ciudad. Unas ingresan productos de contrabando, haciendo un mal inmenso a Medellín y al país, y otras, empresas muy serias con grandes puntos de venta, no pierden la oportunidad de ganarse un peso, no importa lo que esto le cueste a la ciudad. Bajo esta fachada de las ventas informales también se esconden bandas criminales que sacan partido de crímenes, robos, extorsiones, cobros por supuesta prestación de servicios de seguridad y, cómo no, creando el caos, como el del lunes pasado. Este, pese a todo, se convirtió en un laboratorio, una dramática vivencia ciudadana que alguna enseñanza tendrá que dejar.

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