Pedalear a Medellín para dejar de ser turista

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Vivir en El Poblado acompañó el recorrido del Bicitour, una iniciativa local con la que se aprende de Medellín, al paso que se da pedal. Se llega a lugares poco tradicionales.

Cuando se piensa en recorrer la ciudad en bicicleta hay miedo antes que diversión: que los pitos, que el equilibrio entre vehículos, que las lomas… Ahora que sea un extranjero quien ruede en una bicicleta por las calles de Medellín, lo hace parecer aún más extremo.

Viernes, 9 de la mañana. El recorrido inicia en Provenza y la guia Lorena Vásquez les está dando las indicaciones a tres extranjeros para que sepan dónde hay peligros como un hueco, cuándo deben frenar o cuándo se avecina un giro. Los turistas que participan del tour de ese día son de Curitiba, Brasil; de San Francisco, Estados Unidos y de Ecuador.

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El Bicitour es un 70 por ciento por ciclorrutas y el porcentaje restante es en vías compartidas. Lorena arranca el recorrido después de contarles sobre la historia de Medellín y su nacimiento en el sitio que ahora ocupa el parque de El Poblado.

Luego se pedalea hasta Sandiego donde se busca Palacé para incorporarse a la ciclorruta que nos lleva hasta la Plaza de Las Luces por un camino tranquilo al estar segregado del tráfico vehícular.

Hace 6 años, Juan Guillermo Rojo Vásquez y Carlos Congote —quienes trabajan en el Hostal Kiwi— eran, como ellos dicen, unos enamorados de la bicicleta pensaron que dar a conocer la ciudad a los visitantes en bicicleta era una oportunidad para olvidarse de los turnos nocturnos que tenían en el hostal y hacer algo de dinero que podían alternar con sus estudios profesionales.

Juan Guillermo, sicólogo, y Carlos, politólogo, crearon el guión con el discurso sobre la historia que se iba a contar en cada estación del recorrido. Con la mirada crítica de uno y la visión algo más romántica del otro, se construyó una narrativa que busca contar sin juicios de valor sobre la transformación de la ciudad.

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En la primera parada se habla de la transformación de la estación del Ferrocarril, de los edificios Vásquez y Carré, de la plaza Cisneros, de Guayaquil y La Alpujarra como centro del poder local. Hasta acá no hay cansancio, ni tampoco mucha curiosidad de parte de los visitantes, quienes apenas sacan sus celulares para algunas imágenes de registro. Nada de selfies o algo parecido.

Lorena, la guía, es una joven cuentera, quien además está en la capacidad de dar todo el recorrido en inglés, pero en esta oportunidad solo tiene que hablar despacio o reiterar algunas frases específicas para el visitante de Estados Unidos.

La segunda parada es en la mitad del puente peatonal sobre la calle San Juan.

  •  Aquel sector se llama barrio Triste, dice Lorena
  •  En Curitiba también hay una barriada que se llama Tristeza, dice la turista de ese país.
  •  ¿En serio? responde Lorena
  •  Sí, pero paradójicamente no lo son; sonríen.

Luego la guía les cuenta que ese barrio adoptó ese nombre porque en un inicio había un francés, de apellido Tristè, que vendía jabón y ese apellido se fue popularizando hasta que se simplificó en barrio Triste, pero que sí vivió capítulos tan difíciles como las llamadas ‘cuevas’ donde la condición humana era pisoteada por el abuso de la droga. Del otro costado se les enseña el edificio de EPM con su forma de motor y que es la máquina de desarrollo de la ciudad, la renovación del parque de Los Pies Descalzos.

La próxima parada es en el complejo deportivo Atanasio Girardot donde se enseñan los techos de los coliseos en forma de montaña y se come salpicón para refrescar los más de 25 grados de temperatura y tener fuerzas para terminar el recorrido.

El tour sigue en bicicleta hasta la plaza de mercado de La América, una de las mejor conservadas y organizadas de la ciudad; allí se ven las estanterías de colores de frutas, se siente los olores de las flores y las hierbas de los menjurjes y se pueden tocar las artesanías.

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  • ¿Qué es esto?, pregunta el turista de Chicago.
  • Tomate de árbol, le contesta Lorena antes de enseñarle una guanábana que era una fruta por la que había preguntado mientras comía salpicón.
  • It’s a huge gua-na-ba-na
  • How do you say gua-na-ba-na in English?
  • I don’t have idea, contesta Lorena.

 

Y antes de arrancar el recorrido hacia El Poblado donde también ven los graffitis tienen una degustación de tamarindo picante. Mientras muerden con extrañeza, retuercen la cara de la acidez; pero les da por repetir y sentirse un poco menos turista.

 

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