Beatriz González, una mirada transversal

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Su trabajo en la plástica es como un gran ensayo. Profundo, reflexivo, cuestionador. Celebramos la vida y la obra de Beatriz González.

Inquietante, aguda, transgresora. Desde su obra invita a reflexionar y a sentir. Ella sabe de pálpitos. Ha observado la sociedad de su tiempo desde dos vertientes, la intelectual y la artística. Su nombre es Beatriz González.

Su propuesta marca la autenticidad que la define. En sus búsquedas ha pisado terrenos minados y ha logrado ver lo que a simple vista no aparece. Develar y sondear, dos verbos que acompañan el trayecto de esta artista que sabe trasladar a sus lienzos, telones, papeles, esculturas y objetos su propio sentir de la realidad que nos envuelve.

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Celebramos este año la vida de Beatriz González. Esta artista, investigadora, docente, curadora, que nació en Bucaramanga, Santander, el 16 de noviembre de 1932, llega a sus noventa años vital, fuerte en su esencia, en su capacidad de hablar desde el arte y mostrar todas las posibilidades de un hacer que ha permitido a sus espectadores trascender las fuerzas que palpitan en la Colombia bella y contradictoria; violenta, injusta, solidaria.

Su mirada aguda lleva hasta sus propuestas imágenes cargadas de poesía y contenido. Un poema triste y sombrío se observa en Dolores, Las Delicias, Vistahermosa, Auras anónimas…

En una entrevista para el magazín Generación, de El Colombiano, a propósito de una exposición realizada en 2006 en la Galería de La Oficina, ella se refería a la función de los artistas en la sociedad: “(…) Si nos unimos a llamar la atención, algo tiene que quedar, tal vez sea mucho optimismo, sin embargo, pienso que uno tiene el deber moral, hay una relación entre ética y arte y eso tiene que salir de distintas formas. Es una llamada comunitaria, no de un artista aislado”.  

Beatriz González una mirada transversal

Para Beatriz González, hay una obra fundamental: Los suicidas del Sisga (1965), al concluirla, algo en ella se iluminó y se quebró. No miró de la misma forma. Y no ha dejado de observar, a veces en vivo, otras, a través de la prensa. Su archivo está compuesto por revistas, periódicos, fotografías, ilustraciones, libros y documentos. Da cuenta de una búsqueda incesante, de ese querer entender qué nos pasa como sociedad, para transmitirlo. La fotografía la inspira y cuando esta se convierte en pintura o dibujo adquiere una nueva dimensión, se transforma en ícono. Esos sentidos de lo publicado, esas instantáneas, expanden sus resonancias a través de su mirada. Es un eco, otra voz. Su voz, la de la artista.

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Su obra es un gran ensayo que invita a la pregunta, al análisis. Hay también algunas fuerzas en tensión en su experiencia artística. Ella misma lo decía en la entrevista citada: “Hay una contradicción, porque dibujar y pintar es un placer, son obras hechas entre el placer y el dolor… Yo tengo un gusto, y al mismo tiempo, estoy pintando algo tan doloroso que busco que quede bien ratificado, muy claro, lo que quiero decir”.

En el libro Beatriz González, publicado por Villegas Editores en 2005, se advertía que en esta artista confluyen la política, la historia del arte y lo personal. El crítico Holland Cotter afirmó en esas páginas que ella es “la pintora de la historia de su propio país”. Y Carmen María Jaramillo, también crítica y curadora, señalaba que se reúnen en su trabajo el humor, la ironía y el sarcasmo, especialmente en las piezas realizadas en los años sesenta, setenta y mediados de los ochenta.  “(…) puede afirmarse que la producción de esta pintora admite la aproximación de un observador desprevenido o ajeno al entorno local, y al mismo tiempo ofrece múltiples connotaciones de tipo contextual, que cargan de matices la lectura de sus pinturas. En su trabajo, entonces, conviven tensiones entre lo general y lo particular o lo global y lo local, así como planteamientos que validan a la par que cuestionan los supuestos del arte moderno”.

Para Diego García, director del documental ¿Por qué llora si ya reí? Beatriz González. Monólogo a tres voces, estrenado en Medellín en 2009, la artista soporta el peso de la historia para mantener viva la memoria. El instrumento es el arte. Y lo inspiran la carencia, la pérdida, el dolor, el caos, la muerte, la solidaridad. 

Hay en sus obras expresividad, una atmósfera que nos envuelve y una metáfora que ahonda en nuevos sentidos. En la Maestra González habita un ser inquieto que no sabe callar. Sus fragmentos, sus obras seriadas, como fotogramas de una cinta cinematográfica; su potencia, sus razones y sus preguntas implican un decir más allá de lo evidente. Una artista que se transforma a sí misma en cada nueva propuesta, en cada nuevo trabajo, incluso, a través de sus investigaciones, como ocurrió con ese libro titulado Historia de la caricatura en Colombia, al que le dedicó varias décadas y que es, sin duda, una joya editorial que permite conocer mucho de Colombia desde la gráfica.

Indaga, transgrede, bucea. Su sensibilidad la ha conducido por caminos inciertos en medio de la seguridad que le da su hacer en el arte, que, también, está lleno de dudas, como lo ha dicho. En sus obras hay serenidad y contención. No hay violencia. Su fuerza interior la traslada a la obra de arte, que es una puerta a la trascendencia de aquello que nos conmueve y subyuga. 

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Obras de ella hay los museos de Arte Moderno de Medellín y de Antioquia. Entre ellas están Decoración de interiores y Saluti da San Pietro, en el primero, y Cargueros, Máteme a mí que yo ya viví y Contra-Paeces, en el segundo.

Las obras de Beatriz González habitan en un mundo que no se agota. Su fuerza subyace en su profunda humanidad. Es el ser humano el que está allí. Su memoria, su luz, su expresión, su duelo. A veces, solo le basta a ella una línea para decirlo todo. Un gesto.

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