/ José Gabriel Baena
En la primera quincena de enero la Alcaldía anunció que el velódromo “Cochise” Rodríguez iba a ser reformado, con una inversión de entre 15 mil y 16 mil millones de pesos. No se volvió a saber nada del asunto, hasta que hace poco, el 25 de septiembre, la Alcaldía hizo un nuevo anuncio: no se haría reforma del viejo “Cochise” sino uno completamente nuevo y techado, en un lote libre entre el aeropuerto “Olaya Herrera” y el mal llamado Aeroparque “Juan Pablo II”. Digo mal llamado porque no es “aero” ni es parque: es un lote grande, feo y caro. El nuevo velódromo, con pista de madera y techo de cristal obligatorio, tendrá un costo de “alrededor de los 40 mil millones de pesos”. La palabra “alrededor” es inquietante y nebulosa. Debió haberse fijado ese costo máximo en la licitación internacional y estaría bien: solo son infelices 22 millones de dólares. Tendrá un área de 15 mil metros cuadrados, y, según el diario donde se informó sobre esto, “3.250 personas albergará el nuevo velódromo, de las cuales tres mil serán aficionados”. Se supone que las otras 250 personas serán… ¿empleados? No tengo nada contra el ciclismo, pero no comprendo la obsesión que viene desde hace cinco alcaldías, de convertir a Medellín a toda costa en una ciudad bicicletera, con las “ciclovías” que tornan la ciudad un caos a mitad y en fin de semana y mucho peor en los “puentes”, y ahora con el anuncio de que todos los miércoles de fin de mes, y con inicio en Ciudad del Río, la ciudad será invadida por cerca de siete mil ciclistas que recorrerán y trancarán media urbe media noche. Benditos sean y sus santas madres. Pienso que los velódromos de cualquier parte del mundo son perfectamente inútiles y no tienen el odioso “impacto” obligatorio de cualquier obra pública. Se usan una vez al año para eventos internacionales que no pasan de cuatro días, el resto del tiempo para entrenamiento y competencia de jóvenes locales, como pasa en Melbourne, Manchester y Atenas, donde están las mejores estructuras de este género. Buscando “info” sobre este negocio me encontré con el curioso caso del “Palma Arena” de la isla de Mallorca, España, una joya de detalles: lo construyó el famoso arquitecto-deportivo Sander Douma entre noviembre de 2005 y febrero de 2007, y un mes después, todavía barriendo escombros, se celebró en cuatro días, entre el 29 de marzo y el 1 de abril, un Campeonato mundial de pista. Pero la verdadera inauguración del tal “Velódromo”, dicen, tuvo lugar a las cuatro semanas con un “histórico” partido de tenis (¡!) entre Nadal y Federer, y desde entonces empezó a usarse para entrenamiento y competencias de basket, sede perpetua de la Federación Balear de Ajedrez, a todo lujo y con “párkin”. Y también para sede de las federaciones de bolos y billar. Terminemos con una advertencia: el costo inicial del Palma Arena era de 40 millones de euros, y por corrupción, intervención indebida y sobornos de políticos del PP terminó costando más de 90 millones. Hasta el yerno del Rey de España, el famoso Urdangarin está “imputado”. Hoy el Palma Arena se usa también para ferias de cachivaches y como sala de conciertos… ¿Moraleja?
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