Integración, la búsqueda de Manuela Mejía

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El yoga permite ser la mejor versión de sí mismo, crecer, encontrarse, entender que la vida es movimiento.

“Uno enseña mejor lo que más tiene que aprender”, ha sido una de las lecciones de Manuela Mejía Vargas, quien, a sus 28 años, está en la búsqueda del punto de convergencia entre dos saberes: “amo la sicología, que me ha dado muchas herramientas para enseñar yoga”.

Si bien ha estado inmersa en el mundo del yoga desde muy pequeña e hizo su primer viaje a la India a los seis años, meditar no le resulta tan sencillo: “tengo que decirme ‘ahora voy a meditar, Manu, lo necesitas’”. La hija de Luis Enrique Mejía “el loco”, un abogado que decidió estudiar a Jung de manera autodidacta y a esto se dedicó hasta su muerte –cuando Manuela tenía ocho años– y Luz Fanny Vargas, practicante desde hace 40 y creadora de Anaisa estudio de yoga, pionero en Medellín, dice que su vida ha sido un poco buscar el medio entre un papá parrandero y una mamá espiritual.

Así que no parece gratuito el nombre de Unity, su propio estudio que funciona hace dos años en la loma de Alejandría, recogiendo la herencia de más de tres décadas de Anaisa –su mamá, más espiritual, siempre está presente–, y la visión de lo que Manuela, más dinámica, ha aprendido en su propio camino. Como sus inicios están ligados a Oriente, a la India, en la mitad de su carrera de sicología se fue a Londres a certificarse como profesora, porque le interesaba saber qué estaba pasando en Occidente.

Manuela Mejía

Fue el cierre de un regreso iniciado a los 16 años, pues en la adolescencia se había alejado del yoga –quería ser ejecutiva–, dejando atrás los días en que, recién nacida, su mamá la ponía en un cojín al lado mientras enseñaba y la diversión que le traían las clases de niños años después.

Pero bastaron unos reemplazos en Anaisa y ver la respuesta de un par de alumnos para saber que estaba por dejar una opción de vida enriquecedora. “Un día llegó un señor muy serio a la práctica, hizo su clase y a la siguiente regresó y me dijo que estaba allí gracias a mi clase anterior, a la que había ido tras tres días sin dormir y después de la cual había podido conciliar el sueño”. Ese día entendió que podía hacer la diferencia en las personas.

Hoy, en Unity, Manuela recoge los aprendizajes de crecer al lado de su mamá; de su maestro Swami Jnanananda Giri, quien estuvo presente en su vida hasta su muerte hace tres años, y de Swami Brandev, de quien también ha recibido luz para profundizar en su camino a la conciencia. ¿Su respuesta? La gratitud; ¿su búsqueda? Ser facilitadora en el camino de aquellos que llegan a su estudio.

“Swami Jnanananda Giri era un gran maestro, nos recordaba la importancia de no poner en conflicto a la gente con sus creencias, de hacerla feliz, de permitir que crezcan en su entorno y con su forma de vida. Esa es la mejor manera de propiciar que cada quien sea la mejor versión de sí mismo”, concluye.

por Claudia Arias Villegas / [email protected]