Igualarse en dignidad

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Nos movemos en un ambiente confuso y además muy peligroso cuando suponemos que hay diferencias al hablar de dignidad humana. Es una sola, y ese respeto y cuidado abarca por igual a todos los seres humanos sin distinción de género, raza, religión, partido político, ingresos, educación, clase social.

Aunque nos cueste dificultad comprenderlo, y como repetía incesantemente la gran maestra de muchos de nosotros, Beatriz Restrepo Gallego en su incansable tarea de pedagogía ética y ciudadana, cuando ponemos en un lado de la balanza de la dignidad a Santa Teresa de Calcuta y al otro lado al más perverso de los seres humanos, no habrá ninguna diferencia, porque la balanza se mantendrá en completo equilibrio. Ambas dignidades pesan exactamente lo mismo, están igualadas en dignidad. No se trata de concluir entonces que resultan equivalentes la bondad y la maldad: ¡ni peligro! Se trata, más bien, de ser responsables por nuestras acciones u omisiones y buscar siempre la aplicación digna y respetuosa de justicia y equidad en todos los escenarios.

Como consecuencia directa de esa afirmación, somos responsables por el cuidado y preservación de la honra y vida de cada uno y tenemos la tarea de velar por el respeto a los derechos humanos, sin que medien nuestros gustos, intereses, opiniones o juicios. Y es por esa misma dignificación que también estamos obligados moralmente a asegurar para todos unos mínimos de bienestar, oportunidad y condiciones de vida. Nuestro Héctor Abad Gómez se mantiene en la memoria para recordarnos esas que él llamó 5 aes, para que el amor pueda existir cotidianamente: agua, aire, albergue, alimento y armonía.

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Se trata entonces de que todos podamos disponer de una vida digna y, agreguemos, austera, entendida esa austeridad como la disposición de todo lo necesario para preservar la integridad, eso sí, sin abusos ni excesos.

Se vuele siempre al no daño propuesto por el Mahatma Gandhi para comprender a cabalidad su revolucionaria determinación de preferir poner en peligro la propia vida que la ajena y por eso practicar con profunda coherencia la huelga de hambre, el silencio, la no respuesta violenta, la oración, el boicot, la resistencia civil, para lograr los más altos objetivos sociales y morales.

Si aceptamos que somos unidad y que no estamos solos en el mundo, será más fácil construir proyectos compartidos en donde la obvia supervivencia y la competencia den paso al bien común, la bondad y la solidaridad. Sabemos de siempre que es la suma de múltiples y variados talentos lo que logra la magia de lo útil, necesario, novedoso, creativo a la vez que se evita la peligrosa y simplista homogenización.

Es oportuno, entonces, para igualarse en dignidad, repasar la pirámide de Maslow, tan popular y conocida en las ciencias sociales, porque enlista una amplia gama de necesidades de distinta naturaleza (fisiológicas, de seguridad, de afiliación, de reconocimiento y de auto realización) nos permite a todos y cada uno una vida satisfactoria, honorable, completa y digna.

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Es a todas luces bajo de moral, entonces, decidir que existen categorías de dignidad y por tanto vidas humanas más o menos merecedoras de ser protegibles y preservadas.

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