Hace un poco más de 10 años teníamos un sueño: cambiar el mundo a través del compartir.
Con esta visión, queríamos construir una empresa, pero no una más, sino una que transformara realidades. Una que no fuera simplemente la mejor en el mundo, sino la mejor para el mundo, como después lo entendimos a través del Sistema B.
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Teníamos pocas cosas claras, pero, sin duda, una visión enorme. Teníamos poco conocimiento, pero muchas ganas. Teníamos miedos, en especial yo, pero nos teníamos para enfrentarlos juntos. El recorrido empezó, y como todo buen viaje, trajo consigo triunfos, fallas, experimentos, frustraciones… En tan solo dos años de operación, nos otorgaron el premio al mejor emprendimiento (¡ojo! no startup) de Colombia.
Sin embargo, se nos olvidó algo muy importante: compartir entre nosotros. Y dado que esta carta es de mí para ustedes, la reacomodo para decir: se me olvidó compartir con ustedes. Compartir mis frustraciones, mis miedos, mis sentimientos.
Y como suele pasar con las cosas que se han debido decir pero se guardan, en el momento que ya no aguanté más, mi compartir fue más un desahogo, y con este, se nos fue nuestra sociedad y nuestra amistad.
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No ha pasado un año en el que no haya reflexionado sobre cómo sucedieron las cosas y, por supuesto, en el que no haya sacado una buena lección o aprendizaje para mi vida. Todas estas lecciones hoy las guardo como tesoros en mi camino, y quisiera que otros pudieran aprender de ellas:
- Cuentas claras, y el chocolate espeso. Hacer acuerdos claros desde el principio, sobre todo acuerdos que permitan resolver cuando las cosas no vayan bien. Los acuerdos previos no solo previenen conflictos, sino que proporcionan una base sólida para enfrentarlos de manera constructiva.
- Si te quita la paz, hay que charlar. Hay que tener las conversaciones difíciles tan pronto como nos demos cuenta de que tenemos una pendiente. De las conversaciones difíciles se construyen las relaciones de valor.
- Todo es cuestión de empatía. Está bien estar en desacuerdo, lo que no está bien es no ser capaces de ponernos en los zapatos del otro. Cuando se pierde la empatía, se suele perder la posibilidad de resolver un conflicto de manera justa.
- Siempre la moneda tiene dos caras. Es fácil juzgar a los demás por sus acciones, pero rara vez conocemos las luchas internas que cada persona enfrenta. Generalmente no existen las posiciones buenas o malas; simplemente tenemos distintas perspectivas de una misma realidad.
El sueño siguió, y aunque hace mucho no soy parte de su evolución, me siento orgulloso de haber sido parte de su concepción. Y me sentiré por siempre orgulloso de haber iniciado una plataforma para “alcagüetear” el bienestar de los demás.
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Hoy, más que nunca, estoy convencido de que en nuestra ruptura societaria no hubo mala fe de ninguna parte, sino diferencias que no supimos identificar , conversar ni resolver a tiempo. No fue intención lo que faltó, sino comprensión. No fue falta de intención, sino de empatía. Y nuestra amistad no murió; solo quedó en pausa mientras seguimos recogiendo los aprendizajes que, al menos en mi caso, continúan llegando día a día.