Débora Arango: un paisaje con intenciones

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Avenida La Playa, de Débora Arango, es una de las obras más significativas que se conservan en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia, que hace algunos años decidió privilegiar, en su Colección de Artes Plásticas, las manifestaciones del arte regional. Aunque se desconoce la fecha exacta de esta pequeña acuarela de 31 x 25 cm, los problemas que presenta y la comparación con otros paisajes similares permiten ubicarla hacia mediados de los años 30 del siglo pasado.

En aquella época, Débora Arango (Medellín 1907 – Envigado 2005) era una joven artista que buscaba avanzar en su formación bajo la dirección de dos de las mayores promesas de un arte colombiano que rompía con el rigor de las normas académicas y se abría a conceptos más modernos. Así, en efecto, siguió las lecciones de Eladio Vélez para pasar luego a las de Pedro Nel Gómez, consciente de las diferencias conceptuales que separaban a sus sucesivos maestros. 

A pesar de su apariencia modesta, Avenida La Playa es una clara manifestación de los conflictos que enfrentaban los orígenes de las corrientes modernas del arte regional: Eladio impulsaba un arte riguroso desde el punto de vista formal, que buscaba el desarrollo de los valores de la pintura en cuanto tal, en la belleza de la representación y en sus contenidos estéticos, mientras que Pedro Nel desplegaba ya una actitud de deformación expresionista que tenía como objetivo la manifestación de las fuerzas que transformaban, incluso de forma revolucionaria, las estructuras sociales.

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En la acuarela de Débora Arango se pueden descubrir ambos propósitos; por una parte, el placer del reconocimiento del paisaje urbano que entonces aparecía en el arte colombiano; y, por otra parte, los colores y manchas expresivas que dejan claro, de inmediato, que no nos encontramos frente a una mera reproducción de un detalle de la ciudad, como si se tratara de una máquina fotográfica anónima que contempla desapasionadamente, o de un ojo que se limita a percibir. En realidad, no era una novedad: ya los pensadores y artistas del siglo XIX habían planteado que el paisaje no es un fenómeno natural sino cultural, que existe solo a partir de que el hombre lo perciba y defina como paisaje, lo que cambia de un pueblo a otro. Y, por supuesto, tampoco la pintura de un paisaje se aparta de esa determinación cultural o, si se prefiere, de la intencionalidad con la cual lo trabaja el artista.

El de Débora Arango no es un paisaje bucólico, como cuando se piensa ingenuamente que la naturaleza es siempre amable y hermosa. Las formas y las manchas duras y oscuras nos llevan en otra dirección y nos hacen recordar que la existencia de la pequeña ciudad de Medellín estuvo siempre acompañada de inundaciones de la quebrada Santa Elena que baja por La Playa, y que es la que aquí se hace presente. Pero, quizá, convendría también pensar que las casas que se vislumbran bajo los árboles parecen bastante sencillas, tal vez viviendas populares de los barrios altos, pobres y obreros, cuya supervivencia dependía en buena medida del uso de las aguas de la quebrada; casas muy diferentes de los palacetes de la alta burguesía, ubicados más abajo, que se asomaban a la quebrada y eran el orgullo oficial de la ciudad, hasta que la Santa Elena se convirtió en una especie de cloaca a cielo abierto, lo que acabó decidiendo su cobertura. Pero no se trata tanto del aspecto seleccionado, sino, sobre todo, de la forma en que la artista lo mira y lo trata.

Estos paisajes son bastante excepcionales en la obra de Débora Arango. Sin embargo, anuncian ya la prevalencia de los intereses sociales en un nuevo tipo de “paisaje”, esta vez no natural sino humano, al que se lanza a partir de los años 40. Es cierto que, como se repite siempre, los ataques contra Débora Arango estuvieron vinculados con los temas desarrollados por ella, por pintar desnudos o hacer visibles los bajos fondos de la ciudad siendo una mujer, o por la sátira y la ironía al referirse a la cultura conservadora oficial. 

Sin embargo, sería conveniente dar más importancia a la forma como ella supo mirar la sociedad de su tiempo, un tipo de mirada que nunca le perdonaron. Sin duda, esa forma dura, expresiva y sin ninguna idealización, una mirada propia de los conflictos de la sociedad urbana, que ganará cada vez más fuerza en la obra de Débora Arango, está ya presente en la pequeña acuarela, Avenida La Playa, del Museo Universitario.

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