Carta desde la Bienal de Venecia

Te escribo desde la Bienal de Arte de Venecia, “Extranjeros por todas partes”. Migrantes, periféricos, y todo lo queer fue protagonista. Este año, por primera vez en la historia de la Bienal, hizo la curaduría un latinoamericano. El turno fue para Adriano Pedrossa, brasilero y actual director artístico del Museo de Arte Moderno de São Paulo. Aún ante la proximidad geográfica, me pregunto cuándo le llegará el turno a una mujer del sur global.

Un mural monumental del colectivo amazónico Makhu nos dio la bienvenida. Esta primera inmersión en el pabellón central estuvo llena de arte migratorio, femenino y de cosmogonías ancestrales.

Una sala completa para el artista indígena colombiano Abel Rodríguez, en co-creación con su hijo Wilson. Una obra del maestro Alejandro Obregón y de Enrique Grau expuestas por primera vez en la historia de la Bienal. Un telar de Olga Amaral y una instalación de Daniel Otero, entre otras, marcaron un hito colombiano.

Dedicamos días enteros al “Giardini”, a los jardines y al vasto Arsenal. Más que una puesta en escena de arte, o una feria comercial, la Bienal de Venecia, desde sus inicios, sigue siendo un epicentro sensible de la geopolítica actual del mundo, del inconsciente colectivo, y de nuevas cosmovisiones.

El Pabellón de Israel estaba clausurado con un cartel anunciando que los artistas y curadores israelíes se abstenían de abrir hasta que se logre un cese al fuego en Gaza. En Dinamarca el representante fue Inuuteq Storch, fotógrafo groenlandés e inuk, con una muestra íntima en imágenes de su familia. El pabellón de Australia se llevó el León de Oro, el galardón más importante de la Bienal, con la instalación de la tribu maorí Mataaho, quienes trazaron su mapa genealógico. Mi pabellón favorito fue el de Japón; representado por Yuko Mohri, una artista que juega con la sensibilidad espacial a través de delicadas esculturas sonoras y luminosas creadas a partir de la descomposición de frutos frescos instalados. 

Al terminar el recorrido nos encontramos con un espacio de vida tomado por maleza -o más bien “bueneza”- con plantas silvestres y migratorias. Allí en ese espacio estaba instalado “Descanso”, el anti-monumento de Iván Argote, artista colombiano muy bien posicionado en Francia y Estados Unidos. La escultura en piedra caliza es una copia de la estatua de Cristóbal Colón de la Plaza Colón en Madrid. El rostro y busto, la cruz que carga su mano, y el traje esculpido visten en poder y dominancia. Argote cuestiona la historia de nuestros “descubridores”, y nos invita a desdibujar el paisaje foráneo de nuestras raíces. Desde abril, cuando inició la Bienal, hasta ahora en julio, la naturaleza silvestre en la que está instalada “Descanso” no para de aflorar. Esta es sin duda la obra más trascendental de esta edición de la Bienal, la más evocadora de lo migratorio en las nuevas narrativas ecosociales. 

Esta Bienal me dejó muchas sensaciones, así como la maternidad que hoy me atraviesa por segunda vez. ¿Cuáles son las nuevas narrativas que debo compartirle a mi hija Ágata y a la vida que pronto nacerá? Recuerda que seguiré en Residencia en París, pero pronto te escribiré. Tengo mucho que contarte sobre lo vivido con Chloé Latour y Jean-Pierre Seyvos.

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