Un órgano tubular, cuatro manos y una familia tocada por la música

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En los primeros setenta años de vida del centenario órgano del templo Santa Gertrudis solo dos pares de manos lo ejecutaron. Una historia de dedicación a la música sacra, hoy a bajo volumen.

Siempre desde las alturas, en el espacio destinado a los coros en los templos parroquiales, esta mujer tocaba el órgano y toda la feligresía quedaba como tocada por una sensación de elevamiento, propicia para acercarse y entrar en comunión con el Dios de sus creencias. Eran las épocas de celebración de eucaristías regidas por un órgano tubular, violines, flautas y un entonado coro. Un ambiente como de ceremonia medieval en templo gótico, recuerda hoy, con evidente nostalgia, la señora Cristina Santamaría de Vásquez.

Su tía, doña Bertha Santamaría Londoño, ejecutó el órgano tubular del templo Santa Gertrudis, en Envigado, durante más de veinte años. Su padre, don Luis, lo hizo a lo largo de casi medio siglo. Él murió en 1957 y ella en febrero de este 2022, y en torno a esa familia gira una historia de creadores musicales con las notas más altas.

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Registro fotográfico del comienzo de los años 50, con doña Bertha Santamaría como estudiante de piano.
Registro fotográfico del comienzo de los años 50, con doña Bertha Santamaría como estudiante de piano. Foto: cortesía Periódico Ciudad Sur

En 1909 de Barcelona -España- llegó a Envigado el sacro instrumento musical, gracias a la gestión del emblemático párroco Jesús María Mejía (1869-1918); lo recibió e inauguró don Luis Santamaría, y solo la muerte los separó. Pero ese teclado insigne siguió pegado a la familia, porque su hija menor, Bertha, lo reemplazó hasta muy entrados los años setenta. Trámite de sucesión familiar nada sencillo: por esos años era impensable entregar tal responsabilidad a una mujer; las pocas que trabajaban lo hacían como obreras. Más difícil aún, alcanzar el título de maestra de capilla, una dignidad con toda la curia: tiempos hubo en que los más importantes de un pueblo eran, en su orden, alcalde, párroco y maestro de capilla.

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Don Jaime Santamaría, primo de don Luis, intercedió por ella ante el párroco Pablo Villegas (1957-1973). Argumentó que el viejo organista llevaba la obligación del hogar y que, con su muerte, este quedaba desprotegido. Que le cediera a la joven Bertha -ya pianista- el honroso cargo. Y lo alcanzó cuando apenas tenía veintiséis años, previo trámite ante la Arquidiócesis, para convertirse en la primera mujer organista de una iglesia en Colombia.

Lo que se hereda…

La vida de su padre, don Luis Santamaría, estuvo escrita en pentagramas. En el libro Personajes de Envigado en el siglo XX asegura Henry Gallo Flórez que en el seno de la familia Santamaria se formó una pléyade de destacados intérpretes y compositores, sobre todo de música sacra. Don Luis nació en 1884, escribe a su turno en dicha obra Rocío Agudelo Salinas. Se inició como maestro de capilla en 1907 en Santa Gertrudis, donde apenas existía un armonio para dar realce a las solemnidades religiosas. Dirigió la banda parroquial y musicalizó las películas mudas que proyectaba su hijo Guillermo en el teatro Colombia de Envigado. Fue profesor del ramo y en general “… músico de elevada inspiración y buena técnica”, dicen sus biógrafos, y autor de varias obras musicales de gran mérito. Y como paisa fundacional, con su esposa Rafaela Londoño aportó doce antioqueños más. La menor fue Bertha, la inspiradora de esta historia.

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Talento extendido a sus primos Pedro Pablo y Jaime, el primero compositor y los dos organistas; Pedro Pablo lo hizo en la iglesia la Candelaria de Medellín y Jaime en la de San José.

En publicación del Centro de Historia de Envigado, Carlos Alberto Rendón escribe que Pedro Pablo nació en Envigado en 1886. Hijo de organista y director del coro de la iglesia de Envigado. Fruto de su inspiración son piezas instrumentales y vocales de gran popularidad y reconocimiento; también fue organista en Fredonia y La Ceja y por muchos años maestro de capilla en la Candelaria, hasta 1958.

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Por el lado de Jaime Santamaría hubo continuidad musical en su hijo Pedro Nolasco, quien hizo parte del grupo musical Los Hispanos. Murió en accidente de tránsito, al regreso de una presentación en Ibagué. Otro hermano, Antonio José, fue arquitecto y pintor: producía los telones y la decoración que requería su padre en la presentación de las zarzuelas. El tercero fue Gabriel Jaime Santamaría, quien tomó opción por el liderazgo político, se hizo miembro del partido Unión Patriótica, con cuyas banderas conquistó un escaño en la Asamblea de Antioquia. Murió asesinado en su oficina, el 27 de octubre de 1989.

Una cajita de música

Volvamos con doña Bertha, quien nació en 1931 en Envigado. Estudió piano, y según el gestor cultural Jorge Humberto Restrepo, fundó semilleros de cantantes y músicos de renombre, cantando ángelus, misas y alabanzas. Además, participó en diez festivales de Música Sacra de Envigado.

Se vinculó al templo San Juan de Dios, de Medellín, en 1968, como organista titular hasta 2003, pero mantuvo su compromiso con la iglesia de Santa Gertrudis acompañando tres eucaristías, cada domingo, entre las seis y las ocho de la mañana.

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La señora Cristina Santamaría, sobrina de doña Bertha, asegura que ser maestro de capilla era distinción reservada a hombres muy buenos músicos.
La señora Cristina Santamaría, sobrina de doña Bertha, asegura que ser maestro de capilla era distinción reservada a hombres muy buenos músicos.

Su sobrina, doña Cristina Santamaría, explica que la organista se alejó del templo Santa Gertrudis cuando empezó a notar cambios en el acompañamiento musical de las ceremonias religiosas: llegaron músicos jóvenes, con guitarras, con órgano electrónico, con sonido amplificado y con la participación tumultuosa de la feligresía en los cantos litúrgicos. En general, cada párroco llegaba con su cuadrilla de músicos, en detrimento del órgano que empezó a evidenciar los efectos del abandono físico y emocional: ya los Santamaría no acariciaban con pasión sus sonoras teclas. Los sacerdotes se mostraban renuentes a invertir en la restauración de ese “container de sonidos místicos”. Solo en los últimos años fue recuperado y está activo, bajo las manos de un joven talentoso: Kevin Estrada.

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Pero el instrumento religioso no era la única “caja de música” para doña Bertha: ella lo era en todo su ser. La familia la recuerda como “solo sonrisas, toda alegría, para todo era un chiste; muy amiguera y charlatana”. Agregan que no sabía quejarse, y menos decir no. Era de espíritu jovial y hacía del humor su mejor manera de relacionarse y disfrutar la vida. En fin, que en ella dominaba una pasión, la música. “Donde había un coro ahí estaba Bertha, en ceremonias de defunciones, matrimonios o reuniones familiares”, según el recuerdo de sus seres queridos. De ella asegura Jaime Alberto Palacio Escobar, en el libro Envigadeñas, que “Con una muy buena solvencia en la teoría musical, llegó a conformar un coro de niñas, al que dirigió en el amplio repertorio de villancicos”.

Además del místico y mítico recuerdo, y de la prolija familia, de doña Bertha queda su piano, ahora en poder de Mauricio Vásquez Santamaría, hijo de doña Cristina, y el consentido de entre toda su familia. De ella recibió las primeras clases, en vista de que fue el único que demostró interés por ejecutar su instrumento, aunque al radicarse en los Estados Unidos lo hizo a un lado.

Este año en Santa Gertrudis le rindieron un homenaje póstumo a la connotada maestra de capilla: encumbrada y muy solemne eucaristía, acompañada por las notas del órgano tubular que siempre interpretó, sucediendo a su padre, y que incluyó un violín y las voces de un coro “como de ángeles”, recuerda la señora Cristina. Ceremonia tan solemne, tan de tiempos idos, que el oficiante advirtió: “No les parezca extraña esta música religiosa; fue la que ella siempre interpretó”.

Antes de fallecer, su piano fue trasladado a la casa de doña Cristina para concretar le cesión que le hiciera a Mauricio, hijo de uno de sus 28 sobrinos. Entonces descubrieron que un coro gigante de comején lo devoraba. El instrumento, desbaratado, estuvo un tiempo en el garaje de la casa, mientras avanzaba la restauración. Una noche, ya desaparecida su dueña, la señora Cristina escuchó -por un instante- los sonoros acordes del piano. Tal vez doña Bertha lo estaba probando, empeñada -como fue su vicio- en armar coros musicales, esta vez de dimensión celestial. Porque cumplía con el anhelo del poeta chileno Daniel de la Vega, cuando cantó: “Yo quiero que sepa mirar hacia arriba / con hambre de altura, de lumbre, de Dios…”

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