Tronco de historia

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“… No se trata solamente del palo bonito, trabajado con estética que representa una manera de ver el mundo; se trata también de un testimonio presente de lo que nos sucede…”

Por Saúl Álvarez Lara

Me encuentro con José Fernando Ángel para hablar de sus esculturas en madera pero me doy cuenta de que no se trata solo de las formas, los volúmenes y la estética que, con mirada de arquitecto, logra sacar a flote, sea el caso de decirlo, de los palos que encuentra y recupera en las playas de Río Cedro en el Caribe cordobés. Se trata de la relación intensa que él tiene con ese mar, esas playas, con la gente de la región, con la historia que viene ligada a esos palos y hace parte de nuestro presente nacional.

“Hay noches de tempestad, de grandes corrientes. Hay días en que las playas amanecen sin un solo deshecho, limpias, el mar los entierra en la arena o se los lleva; a veces los deja ahí, al aire. En su movimiento constante, lo que el mar trae a la playa después vuelve y se lo lleva. Mezclados con todo lo que viene y va llegan palos…”, dice al comienzo de nuestra conversación. Una mañana encontró en la playa un madero que llamó su atención; era grande y pesado, lo llevó a su casa y con las herramientas que tenía a mano comenzó a darle forma. El tronco se quedó allí y unos años más tarde, quizá después de mirarlo desde distintos ángulos, trabajó de nuevo en él, lo pulió, le dio forma y se lo trajo para Medellín. Esto sucedió y durante un tiempo los palos que encontraba en las playas cercanas y aun en otras más distantes, le sugerían formas. Encontró en ellos volúmenes, cortes, texturas, marcas, líneas que se asociaban en su mirada de arquitecto. Entonces llegó el entusiasmo.

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El “Mono” Cardoso y Harold Julio. Foto cortesía

Río Cedro es un pueblo con tradición de talladores, allí los artesanos tallan las figuras que tienen a la vista: toros cebú, iguanas, armadillos o canoas; y también tallan las sirenas que pasan por su imaginación. José Fernando y los muchachos del pueblo hicieron correrías por los alrededores para recoger maderos y llevarlos al taller que construyó en su casa y con su ayuda comenzó a trabajarlos, a pulirlos, a darles la forma que los convertía en parte de un espacio arquitectural. Después de pulir y dar forma a cada pieza, les aplicaron diferentes tratamientos, todos naturales: aceites, ceras y trementina; luego combinaron cera con trementina, aceite con cera, trementina con cera. Así mismo, utilizaron cera natural de abeja que no oscurece, pues la trementina sola oscurece la madera. Pero, a pesar del tratamiento, el óxido y el tiempo hacen su trabajo y las tallas toman el color de su paso. Eso hace parte de su vida.

Harold Julio y Jaider Arrieta. Foto cortesía

Los palos que llegan a las playas del Caribe empujados por las corrientes del río Atrato desde el Chocó y Urabá vienen marcados, tallados podríamos decir, por los dramas sociales y políticos que se viven en la región. La deforestación, el paramilitarismo; la necesidad que acosa y obliga a cortar árboles; y en alguna medida las causas naturales que a veces arrasan con lo que se encuentran. “… Lo que llega a estas playas está relacionado con algo sucedido allá, atrás, al comienzo de su desplazamiento y tiene que ver con nuestra historia presente… Estos troncos son una representación del drama contemporáneo. No se trata solamente del palo bonito y trabajado con estética que representa una manera de ver el mundo; se trata también de un testimonio presente, de primera mano, de lo que nos sucede y de los problemas que nos rodean…”, dice José Fernando.

Santofimio Puerta con la rula. Foto cortesía

“… Al principio trabajaba con afán, ya no, ahora lo hago con calma, hay piezas que me toman dos años o más. Un día les hago un corte, una marca y no las veo más hasta cuando vuelvo y les hago otro corte, otra marca y así poco a poco toman forma…”. La escultura se volvió como una segunda piel. Ha sido un aprendizaje para él y para los nativos que trabajan en el taller y lo llaman por teléfono cuando descubren algún palo nuevo en la playa. “… Entonces, a veces, voy solo en avión hasta Montería, de ahí en mototaxi hasta Cereté, paro donde Deyanira a comer kibbes y después sigo en el bus conversando con la gente hasta Río Cedro; y como fuera de temporada no hay nadie, trabajamos todo el tiempo. En vacaciones es otra cosa, hay más gente y es distinto, aunque trabajamos de todas maneras…”.

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