Se va la vida

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La escritora Virginia Woolf en su ensayo Un cuarto propio, dejó este texto que he tomado como punto de partida para el presente artículo: “Vivir una vida libre en Londres en el siglo XVI tiene que haber significado para una mujer que era también poeta y dramaturgo una tensión nerviosa y un dilema que bien pudieron matarla. Si hubiera sobrevivido, todo lo escrito por ella hubiera sido retorcido y deforme, fruto de una forzada y mórbida imaginación. E indudablemente, pensé, mirando el estante donde no hay dramas escritos por mujeres, su obra hubiera salido sin su firma.

Seguramente hubiera buscado ese refugio. Un resto del sentido de castidad dictó el anónimo a las mujeres, aún en el siglo XIX. Currer Bell, George Eliot, George Sand, víctimas todas de discordia interior, como sus escritos lo prueban, quisieron ineficazmente velarse bajo un nombre viril. Así rindieron homenaje a la convención, tan abundantemente fomentada por el otro sexo (la gloria principal de una mujer es que no hablen de ella, dijo Pericles, hombre de quien todos hablaban), de que la publicidad en las mujeres es detestable”.

Ahora veamos que la columna de hoy dedicada al tango tiene como invitada una mujer que firmó con seudónimo masculino, María Luisa Carnelli (Luis Mario Castro). Es lo que podríamos llamar, por extensión, travestismo literario, y lo hizo por la prohibición expresa de su padre de tener alguna relación con el tango. Ella es la autora de Se va la vida. Aquí están algunos versos:

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“Se va la vida…
se va y no vuelve.
Escuchá este consejo;
si un bacán te promete acomodar,
entrá derecho viejo.
Se va, pebeta,
quién la detiene
si ni Dios la sujeta,
lo mejor es gozarla y largar
las penas a rodar (…)”.

María Luisa pone al lector o al escucha del tango en frente de un consejo: vivir el presente, porque es el único tiempo que le pertenece al sujeto, ya que el devenir es un futuro siempre incierto, además de agregar algo muy sabio: la vida que se va, no vuelve, es un imposible. La alegría tampoco permanece, de ahí la importancia del disfrute; lo dicen estas líneas:

…Pasan los días,
pasan los años,
es fugaz la alegría,
no pensés en dolor ni en virtud,
viví tu juventud.”

(…)

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Ya para terminar, traer un apunte sobre la vida de la autora: escribió cuentos y poemas; colaboró, entre otras, para las revistas El Hogar y Caras y Caretas. Muy seguramente el tango que escribió, a modo de advertencia, en 1929, fue recordado durante la Guerra Civil Española, pues fue corresponsal de guerra para un diario argentino desde España.

La enseñanza de los poemas de hoy puede condensarse en el primer verso que plasmara Jorge Luis Borges en el poema La Recoleta: “Convencidos de caducidad”.

Voz del lector / Laura Cecilia Bedoya

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