Obras del Museo Ed. 226/Horizontes

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Con frecuencia se sostiene que la pintura Horizontes, de Francisco Antonio Cano, es un hito fundamental que determina buena parte del desarrollo posterior del arte en Antioquia. Sin embargo, mientras no se intenten analizar su sentido y sus alcances, esa afirmación no pasa de ser un lugar común.

Para ello, es necesario considerar, ante todo, que un artista no se limita a copiar las simples apariencias de la realidad exterior sino que crea una imagen –convincente, sugestiva, coherente–. Por tanto, la obra de arte no es un producto espontáneo sino el resultado de un largo y complejo proceso mental de análisis y de síntesis.

En este caso, por ejemplo, no podemos imaginar que Francisco Antonio Cano haya hecho una especie de “fotografía casual” de unos personajes tomados al azar. Por el contrario, Horizontes hace visibles una enorme cantidad de experiencias que han dejado su huella en la mente del artista.

Pero tampoco se detiene allí, como si fuera un mero compendio de memorias. Cuando fue presentada por su autor, quizá inclusive sin que él lo pretendiera, Horizontes rompió, en algún sentido, los esquemas habituales de entender el mundo, y sobre todo el arte, en la Colombia de su tiempo. En ella se hizo visible una nueva realidad que abrió perspectivas inéditas, no siempre fáciles de aceptar por sus contemporáneos: una Colombia campesina, la de la “colonización antioqueña”, enfrentada con las dificultades de la naturaleza, pero que encontraba en el trabajo y la unidad familiar las fuentes de una dignidad moral superior.

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De todas maneras, después de casi un siglo de historia, Horizontes conserva la capacidad de hacer vibrar al espectador, a pesar de los cambios turbulentos que sepultaron hace muchos años las condiciones sociales que la hicieron posible. Quizá las posibilidades de esa forma de comunicación a través del tiempo se fortalecen con una intuición que Francisco Antonio Cano parece desarrollar en la obra, y que contribuye a cargarla de sentido: la mano del campesino que señala, hace referencia directa a la imagen del Adán creado por Dios, en la bóveda de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Pero aquí la chispa de la vida no procede del más allá sino de los nuevos horizontes. Por eso, este nuevo Adán, que se hace plenamente humano por el trabajo digno, sigue interpelándonos y, de alguna manera, nos muestra el único futuro posible.


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