Falló la Corte

Llamar las cosas por su nombre, nos parece parte de mala educación, de ahí la experticia que hemos adquirido en dar varias vueltas alrededor de un asunto antes de enfrentarlo.

La realidad puede ser a veces tan ambigua como una frase corta.
Como este título.

Para unos significará que la Corte emitió un fallo. Para otros, que falló haciéndolo. Y para otros, que falló y falló. No importa cuál sea la interpretación, los de negro hasta los pies vestidos siempre tendrán la razón.

(Roma locuta, causa finita, decían los romanos).
Por eso: “acatamos y respetamos el fallo aunque no lo compartamos”, es el estribillo con el que los gobiernos de turno, a la vez que cubren apariencias, alborotan el avispero nacional. Y para zumbonas, las avispas colombianas.

Como la política, bueno, la politiquería, contamina lo que toca, la Justicia no es excepción. Cualquier investigación, dizque es persecución política; cualquier fallo, que no es en derecho; que la puerta giratoria, que el Cartel de la Toga, que los carruseles en las Altas Cortes, que los juristas corruptos… ¡Por Temis! ¿Qué es cierto y qué no?

Por culpa de jueces o de malas lenguas o de candidatos en campaña, quienes de pequeños aprendimos a respetar a los magistrados tanto como a las figuritas del santoral de la abuela, ahora ya no. Desconfiamos de la Justicia –y de los santos-, muy a nuestro pesar, confiar es saludable.

Y debatir también lo es. Solo que en Colombia, la hipocresía manda.

Llamar las cosas por su nombre -que no ser procaces-, nos parece parte de mala educación, de ahí la experticia que hemos adquirido en dar varias vueltas alrededor de un asunto antes de enfrentarlo. Nuestro español está bañado en crema pastelera. Y eso indigesta.

Y nos retrata.
No se pueda hablar –a favor o en contra o, incluso, sin saber qué partido tomar- de ningún tema sensible: proceso de paz, educación sexual en los colegios, legalización de la droga, adopción entre parejas del mismo sexo, igualdad de derechos, etcétera y etcétera, sin que el solo hecho de mencionarlo sea motivo de señalamientos, y, ¡oh, qué horror!, escándalos en las familias.

Tal cosa pasó el 6 de junio pasado, al comunicar la Corte Constitucional –mal comunicado por cierto- que tumbaba los artículos 33 y 140 del Código de Policía, declarando inexequible la prohibición general de consumir bebidas alcohólicas y sustancias psicoactivas en el espacio público, sin advertir a la ciudadanía desprotegida que en el mismo Código persisten los mecanismos necesarios para controlarlo.

Una sentencia inoportuna –el consumo entre los menores se ha incrementado de manera alarmante- y, a lo mejor, innecesaria, pero que a la hora de la verdad, si bien sienta un precedente –no prohibir en general-, en la práctica no cambia nada: se puede seguir prohibiendo.

ETCÉTERA: Ni fumo, ni bebo, ni consumo sustancias. Defiendo los derechos de los niños por sobre los demás. Y creo que las libertades todas limitan entre sí. Pero, por favor… de tanto rasgarse las vestiduras, un día de estos la “gente de bien” quedará en pelota picada, en pleno espacio público. ¿Libre desarrollo de la personalidad?

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