Con la resaca a cuestas

En este análisis postelectoral, los síntomas de nuestra sociedad enferma, cegada por el odio.

Cuánto daría por que fuera solo una frase pegajosa de una canción de Serrat. (Fiesta se llama). Pero no. Esta resaca nada tiene de poética. Es una pesada carga sobre la espalda, resultado, no sólo de las copas de más que nos dieron a degustar en la campaña electoral, sino de los vinos en mal estado que caracterizaron dicha cata. Por eso, fuera quien fuera el elegido, el día después teníamos que sentirnos exhaustos, desconfiados, asqueados… Como, en efecto, nos sentimos.

Y avergonzados. Muy avergonzados de esta sociedad enferma que, al estilo de las medusas, aprisiona con sus tentáculos al país. El odio, junto con las lluvias, anegaron sentimientos y territorio. ¡Estamos con el agua al cuello!

Lo digo en calidad de ciudadana de a pie y de periodista de provincia: hoy día -con los síntomas que aparecen después de la fiesta: dolor de cabeza, sed, cuerpo disgustado, ansiedad-, a falta de una, son varias las resacas que nos agobian.

Algunas de ellas:
La de un “centro” que fue inferior a las esperanzas; una “derecha” incapaz de mirar más allá de sus narices; una “izquierda exquisita”, oportunista y esnob, igualita a la neoyorkina que con ironía y pluma afilada retratara Tom Wolfe. La de académicos que aterrizaron en plancha en la arena movediza del manoseo politiquero. La del “todo vale” al interior de las campañas. La del ADN que, con tal de obtener el favor de los votantes, se estira hasta cruzar líneas rojas. La de que lo que ves no es lo que hay; una cosa es lo que se muestra en público, otra, lo que se maquina en privado.

La del nuevo estribillo, “la política no es dinámica; es perversa” y contamina lo que toca. La de personajes y personajillos que fungen de influencers en las redes, convocando barras bravas para defender su producto y matonear el de los contrarios. La del crecimiento de la trepadora política, salpicada de lagartos nefastos que cambian de ideas como de camisa. La de que un periódico serio se preste a publicar una columna ruin, sin que tal desaguisado haya motivado una profunda reflexión periodística. La de que ciertos colegas muy principales hubieran hecho el juego a cualquiera de los opcionados, sirviéndole en bandeja investigaciones de última hora. (Tenaz el activismo del gremio).

La de los matches de boxeo que llamamos debates. La de tener que elegir entre dos populismos; no con alegría, con resignación y miedo. La de la ausencia de verdaderos liderazgos. La de la falla -no geológica sino social-, que amenaza los cimientos de Colombia. La de la decencia engrosando la lista de especies en vías de extinción. La de…
Mejor dicho, ahí perdonan; mañana será otro día. (Esta resaca me está comiendo el coco).

ETCÉTERA: La democracia habló y, gústenos o no lo que dijo, hay que acatarla. Y esperar a que Gustavo Petro, con los años que lleva queriendo ser presidente, lo sea ahora para petristas y no petristas. Con el espíritu conciliador, dialogante y respetuoso que, sorpresivamente, mostró en su discurso de la victoria. Y no le pidamos que una a los colombianos, que eso es una utopía; pidámosle, mejor, que se esfuerce por gobernar en las diferencias. Y otra cosita: paremos la cadena de malos agüeros, trabajemos todos por el país que queremos; cada uno desde su banquito.

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