Adviento: tiempo de espera

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Adviento: tiempo de espera
Es necesario hacer pausas y percibir el sentido espiritual de cada época del año
/ Jorge Vega Bravo

El ser humano actual se mueve a una gran velocidad. Paul Virilio (1932) habla del ‘arte del motor’, como expresión simbólica de los procesos de aceleración que vivimos en esta época. Comida rápida, transporte a alta velocidad, música hiperrítmica, amores fugaces, cirugías breves, ejecutivos hiperveloces girando por el mundo. Todo va fluyendo muy rápido y el ser humano, entre tanto, renuncia a los procesos y se ve atado a los finales, a los resultados, al orgasmo pasajero y fugaz de una existencia superficial, atada a lo corporal, despojada de lo anímico-espiritual.

Sin pausas no existen los ritmos. Y hasta el ritmo vital básico, el ritmo del corazón, puede ser suplantado por un marcapasos. El hombre posmoderno se ve acosado, extraído de los ciclos y los ritmos de la naturaleza y esto genera excitación y placer, pero también desgaste excesivo. La salud humana está soportada por los ritmos.

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En el ritmo anual, un tiempo de pausa, propicio para vivenciar la experiencia de la espera, es el tiempo del Adviento. Esta hermosa palabra proviene del latín Adventus: venida, llegada, y en principio se refería al tiempo de preparación para la segunda venida de Cristo o Parusía, y solo en el siglo 5 empieza a referirse al tiempo previo a la celebración de la Navidad, primera llegada de Cristo.

Antes era la cuaresma de San Martín y la costumbre fue cambiando hasta reducirlo de 40 días a cuatro semanas. El cristianismo ubica el primer domingo de Adviento en el domingo más cercano al 30 de noviembre y este domingo se considera el comienzo del año litúrgico cristiano. Todo tiempo que precede a un nacimiento es un tiempo de espera, de esperanza. Obstetricia es estar a la espera.

En el 2013 tenemos una coincidencia: el 1º de diciembre es el primer domingo de Adviento.

Estos cuatro domingos que preceden a la Navidad son la oportunidad para preparar su celebración. Una ingeniosa manera de hacer consciente la espera y entrar en una dimensión ritual, es planear una elaboración diferente del pesebre, relacionada con nuestra cuádruple constitución y con los cuatro reinos de la naturaleza. La primera semana –sobre una tela o papel apropiados– ubicamos piedras, cristales, minerales. La segunda semana aparecen los vegetales y ponemos, piñas de pinos, pajitas, semillas (el musgo lo dejamos en su sitio). En la tercera emergen los animales: las ovejas, las gallinas, el lago de los patos. Y finalmente irrumpe el reino humano y ubicamos a los pastores y a José y María iniciando su viaje a Belén. En este camino de preparación, cada domingo, mientras se hace una parte del pesebre, se canta, se encienden velas y se narra la historia de los ángeles de Adviento que llegan cada semana con un mensaje específico.

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La celebración de las fiestas anuales debe ir más allá de los actos externos y de la invitación a consumir, a aumentar la velocidad. Es necesario hacer pausas y percibir el sentido espiritual de cada época del año. La tierra respira con las estaciones, y nosotros, como parte del tejido viviente del planeta, debemos propiciar esa respiración.

“Celebrar Adviento significa poder esperar; esperar es un arte que nuestro tiempo impaciente ha olvidado… Quien no conoce la dicha amarga de la espera, o sea del prescindir en esperanza, no experimentará la bendición completa de la realización”. (D. Bonhoeffer).
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