Inicié en mi columna anterior una reflexión sobre el proceso de preparación para la muerte. Verdad de Perogrullo: empezamos a morir desde que nacemos. Vivimos un proceso de muerte celular desde temprano; cada día morimos un poco, cumplimos un ciclo cada siete años donde algo muere y algo se renueva. Tenemos una pequeña muerte con cada desapego, cada que viajamos o que la vida nos induce a hacer giros importantes. Un accidente, una enfermedad son una pequeña muerte. Y nos preparamos para ella en el diario vivir.
Nacimiento y muerte se tocan en muchos aspectos: en el primero dejamos el cálido ambiente del útero materno y completamos el proceso de encarnación del espíritu. En la muerte dejamos la envoltura del cuerpo físico e iniciamos un proceso que tiene varias fases. La primera es la separación del hilo de la vida del corazón. Cada que dormimos el hilo de la conciencia se separa de la cabeza y entramos en el sueño, hermano menor de la muerte. Cuando morimos un hilo sutil se desprende del corazón y el cuerpo vital no alienta más al físico, dejándolo en su condición de cadáver. Este desprendimiento del cuerpo vital dura entre 20 horas y tres días y al ser que se desprende se le presenta una imagen de todos los acontecimientos de la vida que termina, desde el nacimiento (R. Steiner). La memoria se asienta en el cuerpo vital del cerebro y esta es su última actividad. Nuestros abuelos hablaban de ‘desandar los pasos’. De este hecho se colige una aplicación práctica: el ser que parte necesita un tiempo para lograr ese desprendimiento. Esto se corresponde con la sabia costumbre de velar a los difuntos y hacer un respetuoso proceso de despedida. En la velocidad de la época es frecuente ver que un ser fallece y a las pocas horas estamos frente a una caja de cenizas.
Existe un arte de morir, así como existe un arte de vivir. El arte de morir implica un entrenamiento durante la vida. Los procesos de desapego, las renuncias cotidianas, los cambios de rumbo inesperados constituyen un proceso de preparación para la muerte. El ejercicio de la retrospectiva del que hablé en la edición 452, es un proceso de preparación para el sueño. Y en la medida en que entro conscientemente al sueño me preparo para pasar a la noche de la muerte. “El hombre que ha aprendido a manejar su cuerpo cuando está por dormirse, tiene una enorme ventaja sobre el que nunca ha prestado atención al proceso” (A. Bailey). Todos aprendemos de la muerte cuando la tenemos cerca, en especial con la muerte de padres o hijos.
Un grupo particular lo constituimos los médicos. Algunas especialidades tienen gran cercanía con la muerte y esto debería crear capacidad y sensibilidad frente a este insondable proceso. Los médicos debemos participar en el acompañamiento al moribundo. Pero lo que vemos con frecuencia es que algunos médicos no pueden abordar el proceso de la muerte por considerarla una derrota y a esto le sigue una coraza de protección frente al tema. Necesitamos una cátedra de tanatología que nos sensibilice frente a la muerte como parte de la vida y nos permita ayudar a los enfermos a entrar con conciencia en este paso a la luz. Muchas tradiciones religiosas y míticas aportan elementos específicos para ayudar a bien morir y esto permite a los que quedamos hacer un duelo adecuado.
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Preparación para la muerte
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