Desde las acciones cotidianas se puede aportar a la paz del país. Un voluntariado para ayudar al otro en cosas tan sencillas como ir a la tienda.
“Esta semana le hicimos un trasteo a una señora del barrio”, le dijo a Luz Gabriela Gómez un grupo de jóvenes de Llanaditas, en el centro oriente de Medellín. Ella sonrió, supo que había sembrado una semilla que seguiría dando sus frutos.
Coja Oficio es el nombre de esta iniciativa que impulsa desde la Fundación Gandhi.
Hace 18 años Gaby, como la conocen sus amigos, llegó a la junta de la entidad como voluntaria y a partir de allí conoció el concepto de No Violencia, “una filosofía que te invita a la resistencia, a estar en contra de todo aquello que no está bien”, dice. Y buscando cómo bajar el discurso, cómo hacer para que no se quedara en idea y palabras, entendió que desde el día a día cada uno puede emprender acciones que ayuden a la paz. “Coja Oficio es eso, es ayudar desde lo cotidiano, es recuperar la vecindad, el sentido de comunidad”, partiendo de la premisa de que si quienes están alrededor están bien, “uno también lo está”.
Y para ella el principio es una metáfora, una que dice que como comunidad somos un bosque que comparte nutrientes e información a través de las raíces. Por eso, habla de crear vínculos, “unión que invisibiliza los prejuicios”. Así, se vencen la soledad y el ego y se hace una invitación abierta a ayudar y a que me ayuden. “Se trata de poder ofrecer al otro un servicio básico y cotidiano: si el vecino está enfermo, yo le puedo regar las plantas o comprarle el pan y la leche”. Y agrega que en barrios populares es más fácil porque tienen el espíritu comunitario, “pero en estratos altos es más difícil, porque no somos capaces de pedir ayuda”.
Pero poco a poco se va cambiando la mentalidad. Ya estuvo en diez conjuntos residenciales de El Poblado y Laureles explicando la metodología. “Quien quiera construir comunidad puede buscarme, les explico y les hago la sensibilización, pero el trabajo que sigue debe ser gestionado por las personas”. De ahí en adelante, se crean afectos, aparece la simpatía desinteresada y se rompe la indiferencia.
“Es aportar desde lo poco que puedo hacer yo. No nos creamos ese cuento de que una persona es insignificante. Entre todos podemos hacer la diferencia”.
Por: Juan Pablo Tettay De Fex / [email protected]
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