El aprendizaje es un proceso dinámico y el acceso a la educación superior es un hito significativo en la vida de un joven. Sin embargo, el éxito en este proceso no depende únicamente del ingreso a la universidad, sino de contar con bases sólidas en competencias fundamentales como lectoescritura y matemáticas.
La educación enfrenta un desafío importante: la pandemia, según la Unesco, profundizó la brecha en competencias esenciales. En el caso de Antioquia, la situación no es diferente. El departamento, en 2023, ocupó la posición 12 en el país en las pruebas Saber 11 y, entre 2019 y 2023, los resultados en lectura y matemáticas no presentaron mejoras al mantener indicadores que no superan el puntaje de 50 y 53, respectivamente (sobre una calificación de 100). Estas realidades nos plantean una responsabilidad: ¿cómo aseguramos que estos estudiantes cuenten con las herramientas necesarias para completar con éxito su formación?
Los retos en Matemáticas y Lectoescritura impactan la capacidad de los estudiantes para afrontar sus carreras universitarias. En EAFIT, la evidencia nos ha mostrado que estas falencias están estrechamente relacionadas con los altos niveles de repitencia de materias como Cálculo, Física y Estadística, así como con la dificultad para desarrollar pensamiento crítico y análisis cualitativo. La permanencia y el éxito académico dependen, en gran medida, de estas bases.
Frente a esta realidad, la universidad tiene la responsabilidad de actuar. En nuestro caso, esto nos ha llevado a repensar nuestro proceso de admisión para responder a las demandas del ecosistema de formación de talento. Necesitamos formar personas con mayor pensamiento crítico, capacidad de análisis y lógica, preparadas para cuestionar, interactuar con diferentes inteligencias y desarrollar una reflexión profunda sobre el mundo.
El ingreso a la universidad debe pasar por una valoración más consciente del aspirante: sus habilidades, expectativas y proyectos, así como su desempeño y el desarrollo de sus competencias. Esto permitirá integrarlos adecuadamente a la educación superior, ya sea a sus programas académicos o a un semestre de fundamentación, que los prepare mejor para su trayectoria educativa. No podemos esperar hasta que los estudiantes enfrenten dificultades en su vida universitaria para intervenir; debemos evitar que sus carreras se prolonguen innecesariamente y que los índices de repitencia y deserción sigan en aumento.
Este cambio no solo es un compromiso con nuestros jóvenes, sino un llamado a toda la comunidad académica. Las instituciones de educación superior no podemos limitarnos a recibir estudiantes; debemos asumir un rol activo en su preparación y acompañamiento. No basta con transformar la admisión: es necesario que colegios, familias y la sociedad, en su conjunto, comprendamos que la excelencia académica no se trata solo de llegar a la universidad, sino de permanecer, avanzar y construir conocimiento con profundidad y significado.