El arte de ser calígrafa

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Subir las cortinas, lavar las plumas (para escribir) o marcar unos sobres son frases que aparecen en sus cuadernos y libretas. Para otra persona pueden ser tareas que están en la memoria, en algún archivo de celular. Para ella, Natalia Calao, son la oportunidad de hacer algo que la emociona todas las veces, todos los días: escribir. “Mientras más pueda hacerlo, mejor”, dice. Nació en Montería y llegó a Medellín hace varios años, para estudiar.

Antes de convertirse en maestra en Artes Visuales y en tecnóloga en Artesanías, ya le gustaba hacer letras. La fascinación que sentía por ellas la llevó a estudiar caligrafía con Santiago Londoño, uno de los pocos maestros de este oficio en Medellín.

Al principio, se dedicó a copiar, a entender las clases de tipografías, a ver la forma de las letras y conocer los países de procedencia de los calígrafos. “No soy capaz de hacer algo a medias. Cuando empiezo, quiero aprender, entender, hacer lo mejor posible”. Esto aplica para su trabajo, los amigos o la relación con su esposo o con su hijo.

“El Carmen de Viboral me da calma, humildad y belleza. Y me gusta estar cerca de la cerámica, un oficio que se parece a la caligrafía”.

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Después de entender y practicar trazos, pasó al otro lado, al del arte, ese que muestra la forma personal de ver el mundo y lleva a hacer algo propio con lo visto. Un ejemplo de esto fue la
exposición María Teresa Hincapié: Si esto fuera un principio de infinito que realizó el Museo de Arte Moderno de Medellín, en el 2022. Ahí, en medio de las obras y de los textos había una pared blanca con letras de Natalia Calao.

Aunque ahí no aparecía su nombre o firma, muchos reconocieron sus letras; ella sonríe cuando sucede lo mismo en otros lugares y la gente le cuenta. Uno de esos sitios ha sido el Museo del Río Magdalena, en Honda, Tolima.

Llegó hasta allí, por invitación, para participar en varias exposiciones junto a Germán Ferro, su director, y con escritores como Ignacio Piedrahita y artistas como Juan Manuel Echavarría. Allí ha confirmado el poder que le atribuye a las palabras. No importa si son escritas o dichas, estables o efímeras. “Creo que las palabras tienen un poder sagrado. Las asocio a emociones, siento que tienen colores e invocan situaciones”.


Esto lo ha comprobado con deseos que ha tenido, con frases que dijo. Aunque le gustaría continuar con sus viajes y conocer ciudades y países donde la caligrafía tiene historia, siempre regresa con alegría a El Carmen, ese lugar donde ha conocido artistas como José Ignacio Vélez, comprueba la fuerza de la amabilidad a través de la gente y a donde llegan personas que la buscan, para escribir mejor y encontrar calma o belleza a través de sus letras.

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