Templo de San José de El Poblado: un tesoro atravesado en su camino

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Hay hitos de la ciudad que se nos vuelven puro paisaje. El Templo de San José de El Poblado es uno de ellos. Esperamos que, a partir de hoy, se haga visible y se convierta en un tesoro para usufructo de todos.

Seguramente hace muchos años pasa usted de largo por el parque de El Poblado sin sospechar siquiera que ahí se encuentra un tesoro: el templo San José, con su historia, su arquitectura y algunas pinturas e imágenes religiosas que lo habitan silenciosamente. 

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El templo de San José es un lugar de memoria histórica y valor estético, el cual, junto con el parque de El Poblado, se encuentra entre los 397 Bienes de Interés Cultural –BIC- reconocidos a la fecha en la ciudad; el primero, en su condición de edificación, y el segundo, como parque cívico.

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Muy pocos lugares como este en El Poblado, para vivir la historia y el patrimonio arquitectónico, pues aparte de él solo está el museo El Castillo. 

Pero si a usted no le interesa el patrimonio cultural porque cree que es inoficioso gastar plata en cuidar “cosas viejas” tal vez le gustaría saber que este lugar se ha mantenido durante 400 años en función del ritual y el encuentro religioso. Pero si tampoco es creyente o no practica la religión, la iglesia San José puede ser para usted una especie de nodo energético, ya que ha producido y recibido una gran carga colectiva de energía y esfuerzo social para construirlo, tenerlo en pie y mantenerlo en buen estado como símbolo de identidad cultural. 

Retrocediendo en el tiempo, fue a mediados del 2020, primer año de la pandemia del coronavirus, que el arquitecto restaurador Álvaro Sierra y el párroco de ese momento Eduardo Toro descubrieron la decoración de figuras geométricas de colores que 80 años atrás todavía eran visibles en algunas paredes y en el techo de la iglesia.

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Finalizando el 2019 al templo le fue refaccionado su techo, en forma de cruz, cosa que no se hacía desde el siglo anterior. 

Los planos del templo actual fueron diseñados por el arquitecto Horacio Marino Rodríguez, hermano del fotógrafo Melitón Rodríguez.
Los planos del templo actual fueron diseñados por el arquitecto Horacio Marino Rodríguez, hermano del fotógrafo Melitón Rodríguez.

Retrospectiva

La construcción del templo se inició en las primeras décadas del siglo XX. Un vecino pudiente donó algunos terrenos anexos para que pudiera ampliarse la edificación y el pueblo se unió para sacar adelante la nueva iglesia.

Al comienzo los ladrillos para el piso los traían en mulas desde Titiribí, y otros ladrillos y tejas los transportaban desde el tejar que quedaba donde hoy es almacenes Éxito. El sacerdote organizaba convites los domingos, y los hombres y mujeres interesados en la construcción traían de allá de a dos y tres ladrillos cada uno.

A los niños de la doctrina los llevaban a traer piedras del río para rellenar el atrio; también cañabrava para el entejado y el arriero ayudaba trayendo arena del rio en sus tres mulas. Se hacían retretas y bazares a los que asistía todo el pueblo y ahí se recogían fondos para continuar la construcción de la iglesia. Las tres puertas fueron donadas por vecinos acomodados, y en 1922 ya se había comprado el reloj.

Cuando se terminó la obra negra se continuó recogiendo fondos durante los bazares de las fiestas de Santa Ana para el altar mayor, la decoración, el bautisterio, el comulgatorio y la iluminación de la iglesia. La meta siguiente fue dotarse de un buen órgano, el cual se inauguró de manera solemne en 1947.

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El arquitecto Horacio Marino Rodríguez -hermano del fotógrafo Melitón Rodríguez y padre del arquitecto Nel Rodríguez- elaboró los planos y dirigió la construcción, y el maestro de obra fue Manuel Antonio Velásquez.

De acuerdo con el sacerdote Eduardo Toro, el estilo de la edificación es ecléctico, posee una sola nave y crucero en cruz latina sin cúpula; ladrillo a la vista pegado con cemento; el techo, paredes y columnas fueron decorados con diseños del arquitecto Agustín Goovaerts (Bruselas 1885-Ídem 1939.

Desarrolló varios proyectos arquitectónicos y urbanísticos principalmente en Medellín y otras ciudades de Colombia, donde vivió ocho años), y ejecutados por el maestro Humberto Chávez entre 1930 y 1935. 

Cerca de sesenta años antes, en 1876, había sido ascendida a parroquia, por solicitud de los vecinos del sitio o inspección del Aguacatal, como en aquellos momentos se denominaba El Poblado; con la creación de la parroquia se procedió a trazar la plaza, calles y solares. Eran tiempos de guerra. Antes de eso, en 1870, la capilla entonces existente había sido elevada a viceparroquia. Las paredes exteriores de aquella sencilla capilla eran de tapia y las divisiones interiores de bahareque; su construcción se había iniciado en 1845 con la colaboración de casi todos los vecinos, y para 1870 estaba completamente terminada. Pero su deterioro era definitivo ya en las postrimerías del siglo XIX, cuando una parte del púlpito se cayó en plena misa.

Para 1900 el párroco le informó al obispo que la madera estaba carcomida por el comején, se había desprendido una alfarda (viga) del techo, mientras otras estaban por caerse y parte de los muros se habían desplomado. Así que en 1902 se ordenó su demolición. 

Retrocediendo otros años, hasta comienzos del siglo XIX (1837), un vecino de la villa de Medellin le solicitó al obispo Gómez Plata que una iglesia dedicada a San Blas, la cual iba a clausurarse en otro sitio de su jurisdicción, fuera trasladada a El Poblado, pues este carecía de templo, ya que el antiguo se había derrumbado en 1720, y sus pobladores estaban requiriendo atención espiritual.

La petición fue atendida seis años después, dándose inicio en 1845 a la construcción de una capilla que pasó a llamarse San José. Esta era una simple ramada con piso de tierra. Cerca de ella quedaban las dos escuelas, de niños y niñas, y sendas casas a cada lado. Los alrededores del poblado eran mangas, cañaduzales y guayabales; había varias fincas de recreo de personas ricas que residían en el barrio Prado de Medellin, delimitadas por las quebradas o con vallados de piedra.

La Villa de la Candelaria

El comienzo de esta historia tiene como fecha el año de 1616, cuando el visitador real Francisco de Herrera Campuzano dio paso a la creación del pueblo de indios de San Lorenzo de Aburrá con sus términos y jurisdicción, en lo que hoy es El Poblado. Ordenó que entre todos construyeran una capilla donde los integrantes de las etnias indígenas allí reunidos recibieran la doctrina cristiana bajo la orientación de un cura doctrinero. El visitador dejó un lienzo de San Lorenzo y como parte de la dotación de la capilla también quedó una campana que desapareció misteriosamente en la segunda década del siglo XXI (¿2014-2015?) Aquel pueblo de indios pasó a hacer parte del área rural de la Villa de La Candelaria de Aná, constituida por real cédula de 1674, donde efectivamente se originó la actual ciudad de Medellin. Aquella capilla se derrumbó en 1720 porque, según cuentas, los indígenas se habían acabado.

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Desde inicios de la década del 60 del siglo XX se desgajaron de la parroquia madre de San José otras parroquias, como San Lucas (1961), La Visitación (1965), Santa María de Los Ángeles (1965), La Divina Eucaristía (1966), Nuestra Señora de los Dolores (1980). Ahora, a pesar de los grandes cambios sociales y comerciales que ha tenido el sector, la parroquia sigue viva: se conserva el trabajo pastoral y con la apertura económica en medio de la pandemia, la gente ha comenzado a regresar a las actividades grupales, se reactivan las pequeñas comunidades pastorales, los encuentros bíblicos, los encuentros de oración.

Me gustaría pensar que de ahora en adelante ya no pasará usted indiferente frente al templo de San José, pues sabrá que en el corazón de El Poblado existe un tesoro que está a la vista y para el usufructo de todos.

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