En sus propios ácidos

 

Por: Juan Carlos Franco
Luego de invadir cruelmente a algunos de sus vecinos y de tener a un grupo grande de países bailando a su ritmo por largo tiempo, todos “sabíamos” que si algún día realmente se lo proponían, pondrían el mundo a sus rodillas. Y vivíamos realmente atemorizados. Y dábamos por sentado que tarde o temprano varios países latinoamericanos se volverían irremediablemente comunistas. Solo era cuestión de tiempo.
Hasta que la burbuja hizo “puf” y hasta ahí llegó todo. Se derrumbó el castillo de naipes, se desmembró la tan sólida unión y de un momento a otro quedó al descubierto un país -o mejor, muchos países- en la más profunda quiebra económica, y habitados por sociedades con frágiles instituciones y totalmente desorientadas. Y nunca ocurrió el enfrentamiento apocalíptico tantas veces anunciado.
Casi todo resultó un elaborado montaje en buena parte diseñado para asustar al enemigo o impresionar al posible amigo. En realidad la Unión Soviética nunca fue tan fuerte como parecía. Pero sus ideólogos eran maestros del engaño y de la dialéctica, su argumentación siempre era impecable y legiones de intelectuales e intelectualoides del mundo entero se tragaban dócilmente sus versiones de la historia.
Estas personas genuinamente creían -y muchas siguen creyendo, ¿qué tal?- que las doctrinas estalinistas o leninistas (o maoístas, en el caso de China) en poco tiempo generarían un “hombre nuevo” en sociedades donde reinaría la equidad y la justicia… ¡Ja, ja, ja!
¿Y por qué no podría pasar lo mismo con las Farc y el Eln? Cada día es más claro que la mayoría de sus integrantes continúan ahí por puro y simple miedo. ¿No será que con el tiempo incluso los más curtidos terminarán por saturarse de tanto odio y crueldad?
Al ir muriendo gradualmente sus fundadores, al ir teniendo cada vez menos líderes intelectuales y personas que transmitan mística y disciplina, al hacerse cada vez más escasas las victorias militares, al enterarse de que muchos de sus compañeros se están entregando, al verse cada vez con menos y peores alimentos y pertrechos, necesariamente se irán agotando las ganas de seguir peleando por nada.
Sus jefes morirán de enfermos o envejecerán escondidos como ratas, o simplemente, asesinados por sus propios subalternos. Su arrogancia se irá arrugando y cada vez menos gente los escuchará. ¿Y de qué sirve ser arrogante si nadie los está mirando ni oyendo?
En fin, y con la ayuda inesperada de los vecinos Hugo y Daniel, tal vez estamos llegando a ese “tipping point”, el momento en el que empieza a cambiar la tendencia y al poco tiempo se vuelve una bola de nieve que nada detiene. Y así, dentro de menos tiempo del que nos imaginamos estas guerrillas se disolverán ahogadas en sus propios ácidos. ¡Sigan así, camaradas!

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